Estudiaba aún Comunicación Social cuando un señor con acento caribeño nos ofreció la oportunidad a la solución a todos nuestros problemas de estudio: Entender todo lo que leíamos en poco tiempo, no importaba si eran muchos y voluminosos libros. De su exposición me quedó claro que los que no hacíamos lectura veloz éramos poco menos que subnormales. Fue uno de los primeros encuentros con vendedores de humo disfrazados de empresarios exitosos con los que me cruzaría en mi vida. Luego descubrí que el mismo patrón siguen los archiconocidos Herbalifes, políticos, vendedores de ollas, vendedores de talleres de gestión cultural, ciertos artistas y ciertos desiertos desiertos.

Pero el encuentro fue muy enriquecedor para mi, pues me permitió preguntarme qué es para mí la lectura. La respuesta a la que llegué resultó un poco más compleja de lo esperado.
Primero que con el compañero caribeño, vendedor de ilusiones, yo había pecado de caricaturizarlo. Porque desde alguna lógica (que es el tipo de lectura que para mi es materia muerta y triste) tenía razón, con la técnica de la lectura veloz uno es capaz de saber de qué tratan textos, pero de ahí a interesarse en el contenido hay un trecho muy largo. Es decir, la lectura como operación matemática memorística en la cual uno “pasa la vista” por encima de los signos y llega a una respuesta; en este caso, el saber de qué trata el texto, es posible. Pero a esa actividad yo desde mi subjetividad no le doy la dignidad de llamarle lectura.
Lo cual me lleva a la respuesta central de qué es lectura para mi. La lectura es un proceso complejo en el cual el primer requisito es saberse implicado en lo que uno lee. Y para ese objetivo es necesario escuchar la voz de la narración. Hay dos formas la lectura silenciosa (que es más veloz) y la lectura en voz alta que se presta al juego de la interpretación. Leer un texto entonces va más allá de descifrar los signos, es compartir la experiencia de lo que es contado. Es hacer pausas cada vez que la puntuación así lo marca. Es sorber una bebida caliente o fría al terminar un capítulo. Leer es compromiso. Y el compromiso siempre se cuece lento, como un buen ragú.
Lo que me lleva al segundo punto, la no lectura y el prejuicio. En los tiempos que corren la no lectura o en el mejor de los casos, lectura de titulares está de moda. El ciudadano promedio no se compromete con lo que lee, no revisa fuentes, solo trata de corroborar el prejuicio que tenía antes de leer aquel titular y no cambiará ni quiere cambiar después. La sociedad de la no lectura nos ha convertido en seres que devoran titulares y leen mensajes de WhastApp, estados de Facebook y Twitter, reenvíos de memes, pero no nos comprometemos con ninguno, solo los usamos para reafirmarnos en nuestros prejuicios, nunca para cambiar, para transformarnos con la lectura. Porque aquello requiere compromiso, y el compromiso se cuece lento, como una buena sopa de maní. Entonces creemos que hay que consumir no más Panchita o pollito Kingdom. Alto en grasa, perjudicial para el cerebro, disimulando que hemos comido pero en realidad nos hemos envenenado.
Lo mismo pasa con las lecturas. Está bien empezar leyendo fábulas de Esopo y si tienes quince años y lees Cuauhtemoc Sanchez o Isabel Allende, está bien; pero si ya tienes más de 30 y sigues alimentando tu conocimiento con esos escritores hay un problema, no estás alimentando tu cerebro lo estás obstruyendo de nuevo aprendizaje, se está volviendo lento y poco capaz. Lo mismo si piensas que informarte pasa por CNN, si piensas que la caricatura llena de prejuicios llamada Fernando del Rincón es información, pues eres potencialmente peligroso para el resto de la sociedad porque no distingues lo que es información del Show de Laura en América. Porque sí, ver y leer información también es lectura, y si no lees con calma, si lees a la rápida y crees en que cualquier cosa que grite mucho y diga tener la razón porque grita fuerte estás encerrándote en la triste esclavitud de la ignorancia.
Más que nunca hay información que decodificar, más que nunca hay información que leer, más que nunca hay que comprometerse con lo que sabemos y con quienes queremos ser. El problema, más que nunca, es la rapidez, el querer saber ya, el querer sentir ya. Las buenas novelas hay que leerlas varias veces para entenderlas y no por tarea, porque nos demandan ese compromiso si realmente queremos disfrutar la experiencia, no se trata del argumento nada más, se trata de la experiencia. Porque como la base de la alimentación es el pan. Pan y saber van juntos. El saber, el sentir, el cambiar, el leer requieren compromiso, y el compromiso requiere mucho tiempo, como el verdadero pan.
A comer pan de bueno y darle tiempo
El tiempo nos contiene