Todos leemos. A veces muchos incluso leemos los mismos códigos; los compartimos, los publicamos y otras personas luego leen lo que nosotros leímos antes. Pero no hay dos lecturas iguales, aún sea el mismo libro el que haya sido leído por dos personas de aproximadamente la misma edad y aproximadamente el mismo sexo, existen decodificaciones e interpretaciones de lectura igual que cantidad de personas que leen. Incluso la misma persona que lee un texto y relee mañana ese mismo texto, podrá constatar que la lectura y lo que saca de ella ha cambiado en la segunda vez (pese a que encuentre similitudes).
Este mundo complejo, maravilloso es nuestra herramienta básica para el aprendizaje, para la construcción del conocimiento de cada humano. Y sin embargo, hasta hoy, no conseguimos saber cómo realmente funciona. Hasta hoy, no encontramos herramientas que nos permitan aprender mejor de ella, acercarnos mejor a ella. La motivación a la lectura se ha confundido con la motivación a la lectura de libros; peor aún, se ha restringido esta tarea a los niños. Los adultos mientras trabajen y no piensen mucho, todo bien. La lectura nos confronta una y otra vez a nosotros mismos. Y sin embargo no pensamos en ella.
La Máquina de Leer cree que lo que nos interesa sobre todo es contarnos historias: sean de ficción, sean científicas o de leyenda. Nuestro saber es atraído cada vez que buscamos a los protagonistas de una suma, de un príncipe, y saber en qué numero termina. Saber si el número se convertirá en otro por la llegada en una suma o de una raiz cuadrada que lo sustraiga; Si la familia se convertirá en tres por la llegada de un niño o una niña; si el mago hará la magia, si el santo resucitará, si somos eternos al menos en la ficción o con ayuda de la ciencia, si el universo es infinito, si las estrellas siguen existiendo mientras las vemos. Todas historias, y en ellas y por ellas vivimos y aprendemos y enseñamos. La Máquina de Leer quiere también aprender y fascinarse con este mundo.
Existe una inferencia casi inmediata, aún en nuestros tiempos de hipercomunicación, a tomar lo leído como verdad. Verdad al menos de quien escribe. Esto se acentúa aún más cuando nos enfrentamos a un libro impreso, pues seguimos valorando el trabajo y las etapas que tuvo que pasar un texto hasta llegar a la imprenta, al menos por un asunto de presupuesto.
Lo cierto es que en realidad no tiene nada que ver el medio de impresión, ni su costo, con la validez de lo expresado. Lo que leemos no es verdad, ni siquiera de quien escribe el texto, porque desde que el hombre inventó el lenguaje y comenzó a articular palabra tras palabra para construir un discurso, también aprendió a mentir, o a ocultar información sirviéndose del discurso. Es también conocido el postulado que dice que de todas formas es imposible expresar lo que uno quiere decir, pues las palabras siempre estarán más limitadas que nuestras sensaciones y nuestra razón, y aún encontrando la forma de expresar que pensemos adecuada, siempre habrá la palabra no comprendida, la palabra que se quedó en la punta de la lengua, la entonación mal hecha, el contexto no ideal. Pero eso va más allá de la intención original del autor. Lo más común es que el autor nos quiera transmitir una verdad, y esa verdad sea mentira en otro contexto, o simplemente sea una intención de dominación, de imponer un pensamiento sobre otro. Lo vemos a diario en los medios de información y también en el cine o en la televisión, en los blogs.
Hace mucho que se dijo que la verdad no existe, hace mucho que se miente refugiados en papel o tinta digital. Lo que leemos sólo pueden aspirar a ser discursos organizados que se enfrenten a nuestra razón, es a nosotros decidir si los aceptamos, modificamos o rechazamos, es a cada uno de nosotros construir nuestra verdad. Pero la lectura seguirá siendo nuestra única arma para poder defendernos e identificar más lecturas mentirosas, sólo mientras más leamos estaremos un poco más preparados. Al menos esa es mi verdad.