La mente humana es algo tan complejo y al mismo tiempo tan simple que no importa cuantas palabras se utilicen para describirla, siempre quedará un dejo de amargura e insuficiencia en la boca del que las pronuncie. De hecho, toda esta etapa de encarcelamiento o encapsulamiento (da igual el término, pues el sentimiento que ocasiona es el mismo) me ha hecho caer en cuenta de que muchas cosas que vemos y vivimos diariamente son tan complejas y simples como la mente humana. Todo depende de los ojos que observen. Por lo menos para mí, una de esas experiencias es la compra de libros, o mejor dicho, la adopción de libros.
Hablo de la adopción de libros, porque considero que un libro no es un simple objeto que vale solo las monedas que se pagan por él. Porque si empezamos a hablar de la oferta y la demanda, los vendedores podrían terminar debiendo sumas millonarias, pues en esas simples hojas con garabatos, hay sueños, vidas y almas, que se plasman en cada letra y cada párrafo de ese pequeño pedazo de lo que podría ser la mente humana.
Un libro es un ser que por sí mismo tiene mucho que contar, solo que en su propio lenguaje, pero vamos, todos los seres vivos tienen sus propias formas particulares de comunicarse con los otros y no por eso dudamos de su calidad de seres vivos. Probablemente esta suene como una idea muy descabellada para algunos, así que seguiré hablando de la adopción.
Personalmente, no creo que uno escoja los libros que se quiere llevar a casa, los libros lo escogen a uno. Evidentemente, esto ocurre si se trata de una relación duradera, y no así de un encuentro fortuito que pase a ser clasificado como un mero capricho. Al estar entre tantos libros con mundos inimaginables y portadas bonitas uno puede perderse, pues son muchos y el dinero poco. Pero en ese momento, entre un mar de incertidumbre, un libro capta nuestra atención, ya sea por los colores de la portada, o una simple palabra del título. Nos cautiva a primera vista y ese momento solo se hace aún más perfecto cuando el vendedor pronuncia las palabras: “tómelo, es suyo”.
No quiero limitarme a mencionar solo a aquellos libros hermosos con un fresco aroma a nuevo y páginas impecables. No, también quiero hablar de aquellos libros que, al igual que muchos otros seres, son víctimas del accionar humano y de su falta de cuidado con seres indefensos. Hablo de aquellos libros que muchos hemos debido ver en “El Correo” o en alguna tienda de libros al 2×1. Esos pobres ejemplares sin portadas, despintados, con páginas garabateadas o faltantes y que a duras penas pueden soportar el peso de su existencia; aquellos que nos pueden contar toda su historia sin siquiera leerlos, pero lo hacen con su olor, la textura de sus páginas y las manchas de su ser. No puedo decir que todos estos libros no hayan tenido la suerte de tener dueños que los cuidaran, pero como siempre, el destino nos depara lugares cada vez más y más diversos. Este cúmulo de seres desamparados solo busca a alguien, una persona con la que seguir contando sus historias y… ¿Por qué no? crear algunas nuevas.
Por eso creo que la biblioteca de cada uno no debe ser exactamente algo impecable, sino algo diverso e irregular, tal cual hizo el Dr. Frankenstein con su creación. Una pizca de amor y fantasía combinada con una mezcla de suspenso y dramatismo que de alguna forma nos permite ver solo un pequeño pedazo de la simplicidad complicada de la mente humana.