Ya se ha dicho, pero en el mar en el que todo se dice y parece que nada cuenta hay que decirlo una vez más, al menos acá, tal vez así cuente un poquito más. Así que gracias a la eterna burocracia cósmica acá está: El sentido de la literatura no es una pose, no es una necesidad artística de ser reconocido y premiado. Tampoco es un formato de escritura.
Aclaro esto porque en la literatura más que en ningún otro mercado cultural parece haberse anclado la idea de la literatura como un esquema fijo de contar historias. Los premios “importantes” se llevan producciones con poca propuesta y casi nulo valor estético. Eso no quita que tengan un gran valor comercial en toda industria, dependiendo para quién, pueden ser necesarios.
Pero hablo de la literatura como producto estético, como búsqueda inacabada, imperfecta, autocrítica, incesante y perfeccionista de belleza. La literatura al igual que cualquier otra arte o expresión estética es la búsqueda de emociones e ideas que no se pueden expresar si no es a partir de un marco distinto al del lenguaje académico. Es la narrativa como elemento con el cual se encadenan ideas que cuentan una historia y algo se quiere decir. Pero ese algo que se quiere decir va más allá de la historia. Exactamente igual que en la pintura o en la música. La pintura no es solo lo que nos cuenta el cuadro (un paisaje, una escena) es sobre todo lo que significa esa escena y el cómo se la pintó para representar esa emoción, esa idea. La música no solo es esa armonía, esa melodía, ese ritmo, es sobre todo lo que eso significa. Y entonces, en todas esas manifestaciones, nace la obra única.
Pero en todas las artes hay estandarización que buscan el consumo de una obra no tan única. Esto pasa en la música, pasa en la danza, pasa en la pintura, pasa en el cine, en la escultura, pasa en la literatura. Es una necesidad de entendernos entre todos de forma simple. Pero tengo la impresión que en todas estas otras manifestaciones los nichos expresivos “alternativos” (buenos o malos) tienen formas de expresarse más libres y “con más mercado”. No tanto en la literatura donde aparecen como grandes escritores “alternativos” escritores que han ganado por ejemplo el premio Alfaguara; lo cual no tiene, repito, nada de malo, pero el reconocimiento que da ese premio en la sociedad parece ir en contracorriente de una expresión que tenga propuesta. Al contrario esos premios casi siempre buscan algo que va a vender “con cierta calidad”. Lo cual invisibiliza la propuesta. Existe, por otro lado, ingentes cantidades de escritores cuya única barra de medida de genialidad es su propio ego y la opinión de sus amigos. En su mayoría estos casos carecen de la más mínima calidad. En esta segunda opción, prima la pose literaria, el “creerse escritor” el creerse artista y no serlo. Porque ya de plano tal cosa no existe, existen humanos, artesanos imperfectos en busca de perfección. Y en esa brecha imposible radica belleza, pero nunca en el escritor y menos en el artista.
Para salvar esta brecha hay muy poco margen, muy poco donde encontrarse y buscar. Hay muchos escritores de calidad ahí afuera, pero es difícil encontrarlos, es difícil leerlos, porque están sin difusión, en la misma categoría de los nulos y muy lejos del reconocimiento de los que ganarán premios “importantes” porque su literatura no es importante para ese premio, nunca lo será.
¿Cómo encontrar la brecha entre calidad y difusión? Es algo muy complicado, el tiempo es una solución, revalorizamos cosas con el tiempo, aunque en medio se pierde casi todo, como si de una excavación arqueológica se tratara. Así podemos leer obras maestras antiguas, que sin embargo tienen la desventaja que su propuesta ya pasó. Pero en lo contemporáneo nos queda solo escribir, escribir leyendo más, pero sobre todo siendo más críticos con lo que escribimos, asumiendo que somos imperfectos, asumiendo que casi no sabemos contar y aún así contando e intentándolo, porque en ese error rascaremos ideas, rascaremos y buscaremos propuestas. Contaremos a nuestro modo pero no alejados del resto, parecido a lo que entendemos como calidad. No hay maestro, no hay aprendiz, todos son maestro y todos son aprendiz. La única guía es la autocrítica trabajada con rigurosidad, con dureza. Tal vez nunca nos publiquen y nunca ganemos un premio. Pero nunca debimos buscar eso, nunca se trató de eso. Cuando buscamos porque nos paguen por buscar expresar nuestra necesidad ya se puso fea la cosa.
El universo está ahí, es infinito y nosotros no contamos, pero igual vamos a contarlo.