Jugar a leer, jugar a escribir

La le li

Alelí

Capulí

Sobra de sobra la sombra

Tengo en mi cabeza a Julio Cortázar diciendo “…Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde gris) y acordarme sin distraerme…”

Todo ha empeorado Julio. He tratado de comenzar con una idea esto que escribo ahora, pero han tocado el timbre, y luego el teléfono y luego mi hija mayor con una pregunta que importa más que nada, más tarde un estudiante con una consulta que le importa, y mucho más tarde mi cansancio como excusa, o la navegación por internet como placebo intelectual de que leemos algo y en realidad sólo presenciamos el vacío. Mi perro ladra.

Así que como no recuerdo ya lo que quería decir hablo de lo que quiero decir ahora, de lo que siempre importa, Julio, de lo que siempre importa, Maqroll, de lo que siempre importa Amatilde, de lo que siempre importa. Jugamos para escribir, escribimos para jugar. El juego y la escritura deberían ir siempre juntos, siempre juntas. Son piezas de un mismo tablero, dependientes una de la otra, una para practicarla, otra para comprenderla. Si escribes y no juegas, no es divertido. Si juegas y no escribes, no entiendes nada, solo asistes, como asiste Alexa a su vida electrónica.

Pesas

Pasas

Pobres que pasan un

Vericueto

Sí, es un camino estrecho que debemos atravesar. De todas formas la vida siempre es más estrecha mañana. De todas formas todo siempre está terminando. Con mayor razón nos queda jugar para entender. Escribir para jugar. Vivir para escribir. Escribir para entender. Jugar a vivir.

Contemos una historia.

Cuando tenía veinticinco años fui a un lugar. Era un lugar donde podía respirar y mirar siempre arriba y sentir que los árboles me hablaban, un lugar donde vivía solo y tomaba mi bicicleta para ir al mar y el mar me hablaba. Un lugar donde volví luego cuantas veces pude, donde siempre estuve en casa aunque no era mi casa, pero es mi casa más que ningún otro lugar porque nunca me fui del todo. Porque cuando lo recuerdo aún estoy ahí. Entonces escribo esto para estar un poco más ahí para mirar hacia el cielo en esa plaza y escuchar los árboles y olerlos y sentir que estoy ahí. Escuchar a lo lejos el tranvía, sentir el olor de la ciudad. Su humedad, su sensualidad no sexual, su presencia. Escribo un poco más para seguir ahí. Para encerrarme en mi pequeño cuarto y abrir mi computadora sin conexión a Internet y escribir esa noche hasta las tres de la mañana, sin saber todavía que hay un mundo afuera hasta que tan tarde abro la ventana y siento el olor del mundo, y entonces sí existe, pero existe más mi felicidad de haber escrito. Desde la ventana veo mi bicicleta comprada en un mercado de artículos de segunda mano, pienso en manejarla e irme al mar, pero voy a dormir y duermo feliz. Esa noche escribí de un tirón un cuento que se llama “La grande”, unas 30 páginas en una noche, nunca más voy a escribir y ser feliz con tanto y tan poco. No importa que hoy La Grande sea otro cuento, cambiado y sin tanta importancia, importa porque me dio esa felicidad y porque me permite estar otra vez esa noche ahí. Otra vez estar en la ciudad, otra vez abrir la ventana, y una vez más abrir la ventana.

Y el juego de escribir puede continuar infinitamente, ahora te toca a ti. Escribe para vivir, cuenta para ser. Entiende para jugar.

Para

Pera

Pero

¡Ya!

2 respuestas a “Jugar a leer, jugar a escribir”

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