Nadie enseña a contar y sin embargo todos nos enseñamos a contar. Contar es la búsqueda incesante de la belleza que nos transmite el entorno. Contar es pensar en todo lo que nos importa podemos ordenarlo en palabras que tengan un sentido. Las palabras con sentido, las palabras que vuelven a la vida, las palabras que son imágenes. Las palabras que nos comunican con las palabras que leímos con las que nos enseñaron, con las de hace cien, mil y doce mil años. Las que cuenta esa cueva de los sueños perdidos, las palabras que tratamos de expresar luego de un sueño confuso que nos quiso decir algo, las palabras que pensamos cuando queremos dar una clase, un discurso. Las pinturas que nos cuentan sentimientos, las películas que queremos contar de otra forma, los libros que nos hablan de algo que nos importa y luego nosotros queremos escribir nuestro propio libro, o nuestra propia versión de los hechos.
Cuando era niño hacía mucho eso, el contar mi propia versión. Cuando veía una película, cuando leía un libro, casi siempre pensaba en todas las posibilidades que le veía a la historia y mientras más me acercaba al final más pensaba en todo lo que se habían saltado, en todo lo que no habían contado. Muchas veces, luego, me encerraba en mi cuarto, o en el baño y me contaba a mi mismo cómo tenía que ser esa historia que me habían contado en ese libro, en esa película, y me creía al menos mientras me la contaba que esa era la verdadera versión y me gustaba. Estoy seguro que no soy, ni mucho menos, uno de los pocos que ha hecho esto. Estoy seguro que lo hemos hecho casi todos, al menos en nuestra infancia. Es un ejercicio maravilloso. El problema es que con los años nos olvidamos de hacerlo y preferimos que otros nos digan todo, incluso nos interesa más el final que la misma historia.
Pero en el fondo nos gusta seguir inventando, nos gusta seguir en contacto con todo lo que nos habla. Alimentarnos y sentir todas las historias que están ahí, esperando que las descubramos. Pero no es que descubramos cómo contarlas, es que descubramos su conexión con nosotros, su belleza. Y entonces, ese momento, la belleza, el asombro nos hace suyos. Y entonces, solo entonces quizá una técnica, un conocimiento de cómo contar, un consejo, un tipo, nos ayude.
De eso hablaremos, en ese taller que se viene, de la belleza de contar, de la belleza de encontrarnos y trascender la virtualidad.