Primeras fotos

Album de fotos escritas

1 de enero de 2025

Se toman demasiadas fotos en la actualidad. Así que he tomado la decisión de cambiar la estrategia, en contra de la corriente; hacer un álbum de recuerdos a la vieja usanza que es la escritura. Contar mis recuerdos, no como ocurrieron sino como los recuerdo. Así constituir un álbum escrito que como van los tiempo a nadie le va a interesar

Primeras fotos para el recuerdo – Noche vieja 2024

Como tengo dos niñas de cinco y siete años y ellas no pueden esperar la convenida hora para dar rienda suelta al año nuevo; hemos hecho el año nuevo a las ocho de la noche del 2024. El festejo inició en la granja de Carlita y Horacio. Un cabrito bebé nos dio la bienvenida como si fuera un cachorro. Danae y Luana lo abrazan , lo besan y él se deja complacido.

Hay una piscina natural. Horacio la ha construido en el último año. No lleva ningún tipo de productos químicos y teóricamente se purifica solo con las plantas naturales y el curso del agua. Es una maravilla. Aunque es fría. Los otros niños entran y salen. Danae y Luana lo hacen también. Yo siento algo dentro mío que me pide entrar. Y luego decido guardar la compostura. Lo que pasa es que somos 4 familias con sus wawas. Pero a una de las familias es primera vez que la vemos y no quiero que piensen que soy un desubicado mostrando mi piel a grandes y chicos como si me faltara pudor.

Mi amigo Leo Lanza hace la parrilla. Los niños juegan un nuevo formato de pesca pesca (humanos vs zombies). Con el caer de la noche y rodeados de los árboles el juego se hace más intenso. Escucho que un niño es mordido severamente por un zombi, al punto de contraer llanto. Luego el juego sigue con normalidad.

A la hora de la cena, Carlita forra una gran mesa  rectangular con celofán y, sin necesidad de cubiertos ni platos, vacía ipso facto espagueti a lo largo de la misma. Isa prosigue a embadurnar la pasta del tuco. Los niños, que son los comensales de esta preparación, devoran con rostros manos y cabellos su comida en un placer bestial maravilloso.

Nosotros tampoco terminamos muy civilizados y devoramos la carne de la parrilla con manos y uñas.

El año nuevo estaba pactado para las ocho, pero lo bueno de que uno decida a qué hora debe ser el año nuevo es que se puede recorrer un poco. Así que el año nuevo termina siendo a las 20:50

Hay un conteo del 10 al 0 en coro general. Llega el año nuevo, y con él el bailongo que dura como media hora. Luego a casa desde Apote a nuestro hogar. Ha sido un lindo año nuevo. El resto de la ciudad todavía esperará a las 12. Ese será muy bullicisioso pero del mismo no hay fotos escritas.

Dicen por ahí que voy a volver a contar.

ELIPSIS

¡Qué alegría! ¡Qué nervios! Pero sobre todo qué alegría de volver a hacer el ejercicio de entender, el ejercicio de contar.

Vuelvo a contar porque necesito hacerlo. Por que creo que nadie cuenta esto que tengo que decir y que necesito entender.

Creo que será bueno vernos, no sé cuándo volveré a contar después. Pero esta vez voy a volver a contar.

Contar es un ejercicio que se debe practicar, pero con más esmero de querer que la historia funcione, con locura, con obsesión, con detalle pero sin contar los detalles, solo las imágenes que sugieran las emociones y las ideas. Eso quiero hacer con EL IPSIS, intentar contar historias que en realidad no importan tanto como las emociones y las ideas que vienen detrás de la historia.

¿De qué trata EL IPSIS?

¿debería contarlo antes de contarlo?

NO,

Así que contaré otra cosa que tal vez ayude a entender.

Había una vez

En un rincón de la nada surgió algo,

El algo se llenó de materia que estaba hecha de protones, neutrones y electrones Y aún así de llena, no pudieron existir, entonces vivieron en una invención de percepción para poder inventarse que ahí existían. A esa invención la llamaron tiempo.

Una vez una de las materias se llamó así misma ser humano.

El ser humano se reprodució y se hizo millones y millones.

Y cada uno de ellos sintió que era único y cada uno de ellos se dio cuenta que su tiempo se acababa, cada vez que esa invención revelaba su verdadera naturaleza, que no existía.

La existencia de la materia bajo la invención del tiempo era una buena excusa para sentir que cada uno de los seres humanos amaban y sufrían cuando sufrían pérdidas, pero también alegrías breves cada vez que lograban encontrar que decían algo que importaba.

Se llamaba Peter Travesí, lo vi jugar a ser charanguito, fui a verlo innumerables veces de niño, una vez lo imité en la escuela como predicador, como camba, como charanguito, mi mamá me hizo todos los trajes. Yo escribí los diálogos de memoria en una máquina de escribir a cinta, sentado sobre mi cama.

Se llamaba Marcos Mundstock, viajé tres veces a verlo contar historias provisto de su carpeta roja. Una vez incluso pude hablar con él en Mendoza al salir del teatro. Me dio la mano, me miró fijo, yo tenía 21 años ¿Hasta cuando tenemos Les Luthiers?, le pregunté. Mientras vengan bolivianos, nosotros seguimos y sonrió. Falleció el 22 de abril de 2020.

Se llamaba Gladis Rico, mi mamá. La escucho cada día tanto cuando estoy despierto, cuando estoy soñando. Me da consejos, me riñe. Y a veces solo siento su ausencia pura y dura. Nunca hablé de nada tan a fondo con nadie como con ella. Cuando se fue yo dejé de hablar de alguna manera para siempre.

Me llamo Gabriel Iriarte, voy a volver a contar.

Ficha técnica:

Narración, texto y puesta en escena: Gabriel Iriarte Rico

Diseño e imagen: Isabel Avilés Jiménez.

Asistente de luces y música: Micaela Pereira

GESTIÓN CULTURAL Y ANTROPOLOGÍA (AMIGAS Y RIVALES)

Son dos conceptos separados y sin embargo conectados y hasta dependientes uno del otro. Dependientes para su crecimiento, conocimiento y beneficio para la sociedad. Hay un prejuicio (entre los infinitos prejuicios que dominan nuestra mente humana) que se instala en función de la la gestión cultural y la antropología. La Antropología,o más bien los Antropólogos, comienzan su visión hacia la Gestión Cultural con desconfianza. “¿Qué es eso? ¿con qué se come? ¿para qué sirve?, ¿es mi competencia?, si es solo hacer eventitos, organizar conciertos, exposiciones, mercantilizar la cultura, festivales”. Este menosprecio por otro lado no es nuevo en el pensamiento humano en cuanto a cualquier rama que no conoce. Así los ingenieros menosprecian a las ciencias sociales y las ciencias sociales a los ingenieros, los carnívoros a los vegetarianos, las mujeres a los varones, los varones a las mujeres, los del Wilster a los de Bolivar, los viejos a los jóvenes, los jóvenes a los viejos, los que usas IOS a los que usan Android, el esposo a la esposa, los de la derecha a los de la izquierda, los del A a los de B, los del B a los del A, los alumnos a los profes, los profes a los alumnos. En todos los casos el menosprecio siempre tiene un común denominador, el desconocimiento del otro. En cuanto conocemos mejor a los ingenieros, a los del B, a los del Wilster a la Gestión Cultural, al otro comienza el peligroso territorio de entender y quizá volvernos un poquito el otro. Es lo que le pasa al que organizaba eventos y creía que hacía Gestión Cultural, cuando estudia la Gestión Cultural y se vuelve un poquito Antropólogo, un poquito Administrador de empresas, un poquito estudioso de la estética y sobre todo del conocimiento del otro, y entonces algo cambia y ya no hay el otro sino el nosotros.

HACER GESTIÓN NO ES ORGANIZAR EVENTOS.

Parece demasiado obvio para alguien que practica la Gestión Cultural y sin embargo es importante recordarlo, hacer eventos “culturales” no es hacer gestión cultural, no es buscar auspicios, poner “vaquita” para un evento, buscar público y que nos vaya bien. De hecho todo eso es la Anti Gestión Cultural, lo que lleva a la gente al prejuicio y a muchos lamentables gobernantes nombrar a la cultura como “un gasto absurdo”.

La Gestión Cultural es la visión de una sociedad diferente, planificada con igualdad, en base a los derechos culturales y derechos humanos. Pero también en base a una visión de una sociedad emancipada en la que el individuo es protagonista consciente de lo que es ejercer su ciudadanía (saber porqué actúa así y cómo se proyecta en su vida).

HACER GESTIÓN NO SE SOLUCIONA CON CURSOS DE UNA SEMANA DE GESTIÓN CULTURALES

La peor solución (pero lastimosamente muy común) es hacer tallercitos de Gestión Cultural donde se ofrece a los talleristas durante una semana recetas (que parecen de cocina) de cómo llenar formularios de proyectos de Gestión Cultural. Como resultado de esta pésima práctica tenemos bailarines de danza contemporánea que se convierten en clientes de financiamientos extranjeros pero que no tienen realmente objetivos de cambio social, sino de darse trabajo a sí mismos, de vivir de su arte dirían ellos. Y esto mismo se hace con el teatro, con la música o con cualquier otra disciplina. Los tallleres de receta, digo de llenado de formularios de Gestión Cultural, también son la antigestión cultural.

EL ARTISTA NO DEBE SER AYUDADO POR NADIE Y POR SU PUESTO NO POR LA GESTIÓN CULTURAL

Hay una mala costumbre instalada en los autollamados artistas de pensar que alguien tiene que financiarles su arte, que eso es un derecho y para eso sirve la Gestión Cultural. Hay que repetirlo aunque duela, eso se llama Managment Artístico, no Gestión Cultural. El objetivo de financiar un artista y que viva de su arte, es ofrecer un producto estético que genere ingresos económicos para el artista. Esa visión está alejada del objetivo de incidencia social que tiene la Gestión Cultural. Entonces no, eso no es hacer gestión cultural. En el mejor de los casos es Gestión empresarial Artística. Por lo tanto ni el estado ni nadie le debe a un artista que financiar nada para que viva de su arte. Es un mercado (cruel como todos los mercados) en los que se impone el gusto de las personas y la calidad del producto.

CÓMO ES ENTONCES

Está claro entonces que para hacer Gestión Cultural tenemos que cumplir por un proceso complejo de aprendizaje que tiene todo que ver con la academia y la amplitud de pensamiento. Como estas líneas son apenas un resumen extremadamente apretado de un pensamiento, voy a tratar de resumir algunos requisitos para ejercer la Gestión Cultural:

1) Conocer Cultura .- Es decir tener un conocimiento profundo del ser humano y sus prácticas en todas sus posibilidades y tiempos. Despojarse de pensar que hay una cultura mejor y otra no tanto. Despojarse de ideas de que allá o acá tenemos algo mejor o peor. Sino de entender a la cultura como una fuente común de todo ser humano para conocerlo y entenderlo. Acá la Antropología es un manatial organizado de conocimiento que tenemos que darle buen uso. Las tesis de Antropología deben ser tomadas por la Gestión, en vez de tomar polvo en las universidades o nubes digitales.

2) Sensibilidad estética.- El arte cumple la función de herramienta para un fin. Es decir, es nuestra conexión humana en función de lo que da sentido a nuestra existencia; la noción de belleza. Para trabajar esta compleja materia debemos despojarnos (lo cual es un proceso difícil pero posible) del gusto individual; no hacer la típica de que como me gusta el folclore entonces quiero hacer mis proyectos con “nuestra música”, como me gusta el impresionismo quiero traer exposiciones de Monet a Cochabamba. Eso no quiere decir no hacer conciertos de nuestra música o exposiciones de Monet, pero es escencial la reflexión de por qué elijo, que elijo y de que no sea una razón escencia el “es que me gusta”. El mismo estudio de la estética nos lleva a la conclusión de la complejidad de esta materia y lo dificil y negativo que va a ser ser prejuicioso a la hora de juzgarla. No creo que sea la única forma pero yo propongo un sistema inspirado en el trabajo Estética de Virtud de Roger Poivet para salir de la visión de gusto y entrar en la visión de comprensión y medida de calidad por objetivos. Tengo un artículo al respecto para quien le interese profundizar.

3) Visión a largo plazo .- El proyecto de Gestión Cultural debe verse como los pequeños pasos que construimos para ser una sociedad que cumple con los derechos humanos y culturales. Por ejemplo, no voy a solucionar el problema del agua con una campaña para cuidar el agua. Sino que tengo que intervenir la relación del ser humano con el agua desde su relación íntima, colectiva y estética con ella. Esto puedo hacerla con exposiciones, intervenciones obras estéticas o lo que quiera, pero todas ellas deben ser parte de un proyecto claro y a largo plazo para lograr el fin, por ejemplo, de no desperdiciar tanta agua. No le voy a decir a la persona que está mal botar agua o contaminarla, ese concepto en teoría ya lo tienen la mayoría. Lo que voy a hacer es que le duela botar agua que sea incapaz de contaminarla, y eso va a tomar tiempo pero será cambio profundo y permanente.

Con estos tres aspectos podemos empezar a hacer Gestión Cultural. Como verán es un mundo apasionante e inclusivo, todos deberíamos de entrarle, no solo los gestores, debemos como decía a un principio abandonar trincheras mentales y comenzar a vivir en una sociedad que se comprende y se proyecta culturalmente hacia un destino emancipado.

Muerte y ficción

Después de la muerte solo queda la ficción. El imaginar mundos posibles en los que no se muere. Al menos mientras se lee, al menos mientras se cuenta. Las historias son eternas, nosotros no. La ficción es el pasaje a la eternidad, al devenir. Casi todas las historias se pierden en la nada del tiempo que lo engulle con voracidad y deja todo fuera de la memoria. Pero ellas quedan en algún lado, escondidas, listas para que una ratón de biblioteca las descubra, para que un cuenta cuentos las recuente, para que alguien las vuelva a descubrir como si fuera la primera vez. Como aquella primera vez. Toda ficción es un viaje a esa primera vez, infinita y total. El Devenir de la Vid a Cuento.

Después de la muerte siempre hay un silencio respetuoso una ausencia imposible y que no terminará jamás. El espacio, el infinito. Solo podemos llorar las ausencias, llorarlas en silencio, que duelan lo más posible, hasta que ese dolor sea una callosidad que recibe nuestro rostro, nuestra alma, nuestra sonrisa. Pero mucho después abrazamos el universo, abrazamos lo que queda y somos el instante.

Y entonces lo descubrimos, la ficción es nuestro pasaje al entendimiento del todo: del amor, de la belleza, del otro, del escuchar y contar nuestra propia historia que ya no es nuestra, es solo ficción, un cuento.

Ficción y muerte

(la muerte solo existe en la ficción)

El milagro de vivir está en esquivar a la muerte con salud y retrasando la misma lo más posible. Si bien en materia académica y como sustancias humanas no hemos conseguido ese fin más allá de los extraordinarios 122 años y 164 días de doña Juana Calment, sí lo hemos logrado en el territorio de la ficción y en varios niveles. Así por ejemplo viven con fuerza en nuestra memoria personas que ya son más personajes como el buen Wolfgang que en enero soplará sus 266 velitas, o Don Athauallpa que va por los 519 jóvenes años. Y es que estos son apenas unas wawitas si los comparamos con Doña Cleopatra que supera con varios años a don Jesús con sus 2069 años y ni qué decir de su tía Nefertiti que ya bordea los 3391 años y aquellos que inauguraron la historia humana en aquel templo de Anatolia hace 12021 años ¿Todos estos personajes están muertos? Quizá biológicamente, pero definitivamente muchos están más vivos que la mayoría de los vivos.

La pregunta es seria y desde la ficción la respuesta ha querido ser seria. Porque se trata de una pregunta esencial y existencial. A todos nos preocupa solucionar el enigma del no ser. Pero como no podemos concebir el no ser nos inventamos otra forma de ser. Esa solución es justa y necesaria, la usamos religiosamente y como método de comprensión de la vida. Le ponemos a todas nuestras acciones una narrativa, un de dónde, un qué y un a dónde. En este último radica la conclusión de todos los enigmas, la posibilidad máxima, la elucubración ideal e imposible y por eso mismo maravillosa y atractiva.

Ayer falleció el papá de mi mejor amigo, Don Alfonso Luján Chumacero. Un señor que conocí a mis catorce años y a quien siempre le desbordaba su generosidad y su buen humor. Uno de mis primeros recuerdos con él es justo a mis catorce años, nosotros con problemas de comprensión algebraica y él guiándonos a su pequeño estudio en casa, sacando lápices y explicando con paciencia que ignora el final, cómo se relacionan los números, contando la historia de los símbolos, sus misterios, su relación con las formas y de repente develando el secreto y nosotros con la promesa de no reprobar el examen del próximo día que entonces era importante. Veintiseis años después no tengo idea cómo me fue en aquel examen, pero recuerdo con nitidez el rostro sereno de Don Alfonso mientras nos explica como son las cosas de la vida. Ayer falleció, lo supe esta mañana. La leucemia, uno de los tantos tipos de cáncer que nos acecha a todos, provocó un tratamiento con quimioterapia, y esta misma causó una baja de defensas que a la vez provocaron una infección generalizada por una bronquitis y se fue don Don Alfonso. Eso me contó mi mejor amigo, Pablo, “mi papá se fue ayer”. Es algo que solemos hacer con la muerte, decir que alguien se fue. Y es lógico y a la vez mágico. Porque luego vamos al velorio y el cuerpo de Don Alfonso está acá, será enterrado o cremado, pero está acá. Pero el cuerpo no somos. Él ya se fue. Cuando una muerte nos toca no podemos sino crear con fuerza el significado de la misma. Por eso me asalta el recuerdo de mis catorce años aprendiendo álgebra, por eso nos asaltan los recuerdos de ayer cuando todavía lo recordamos vivo, hablándonos. Por eso muchos todavía somos visitados muchos años después por nuestros muertos, alguna vez en sueños vívidos y otros incluso en medio de la noche al ir a orinar y cerrar la puerta y tras la puerta un rostro nítido de aquel hijo, aquel padre, aquel abuelo que nos mira y algo quiere decirnos. Experiencias vívidas, reales, aunque ficticias.

Porque en todas ellas, lo sabemos si queremos ponernos racionales, no han sido nuestros familiares los que nos han visitado por más que así lo queremos afirmar. Lo que nos ha visitado ha sido nuestra necesidad de entender el vacío, el ya no ser, la muerte. Nuestra única salida, solución a ese problema íntimo y total ha sido como siempre la ficción. Nos hemos inventado que nos han visitado, ya sea en forma de sueño o en forma fantasmal en medio de la noche, o de voz que nos dice un secreto a develar.

El mecanismo de la ficción siempre ha sido y siempre será la mímesis, la capacidad de similar la verdad, la realidad. Como la percepción de la realidad la creamos cada uno de nosotros, el trabajo de la mímesis es crear una sinergia entre percepción, experiencia, conocimiento y emoción.

Jean Marie Schaeffer en ese maravilloso estudio, libro, ladrillo y misterio que es ¿Por qué la ficción? Cuenta que los niños desarrollan biológicamente alrededor de los 3 o 4 años la sensación del tiempo. Por eso a partir de entonces comienzan también a fascinarse con las historias y saben esperar desenlaces (si es que no les hemos arruinado el sentido de la inmediatez tirándoles un celular o una tablet para que no molesten). Por eso estar entre cuatro árboles puede convertirse de repente en el bosque de los cien acres. O escuchar una historia se puede volver una obsesión y un bucle temporal para los padres. Porque las niñas, los niños quieren escuchar una y otra vez el libro de la selva o la historia de Yogurtu Ungue (esto en el caso de mis hijas por ejemplo). Pero no es porque no hayan entendido, es porque en el discurrir de la historia hay un misterio que develar, un misterio que es la propia desaparición de la historia. Y ese misterio está en cada paso, está en por qué Mowgli siempre se niega con Baguera a volver a la aldea del hombre y al final cae ante la mirada de la niña que canta en el arroyo. Y ese misterio también está en el recuerdo con el tío Oblongo para atraer la lluvia y en el baile final con la música increíble de Ernesto Ácher por las calles de Nueva York. Cada momento de existencia narrativa es un presentimiento, una clave para el final. Por eso Cortázar piensa que al cuento no le debe sobrar nada, que cada palabra cuenta para saber por qué acaba así. El cuento, la narrativa es el mecanismo, el aparato de laboratorio que utilizamos vara develar, para comprender la vida y lo que nos lleva a la muerte.

Siguiéndole la corriente a Schaeffer. La niña, el niño se da cuenta que su vida también es un cuento y eso lo inquieta y por eso cada vez le intriga y maravilla más. Finalmente, alrededor de los 10 años se da cuenta que él al ser parte de su propio cuento, también va a morir, tarde o temprano, y le vendrá su primera crisis existencial. Muchos padres, muchas madres, aprovecharán o se ahorraran esfuerzos explicativos y verán que es un buen momento para mandar a sus retoños a hacer la primera comunión. Ahí les dirán un cuento en el que uno no muere sino que pasa a mejor vida, una vida eterna, y vivieron felices para siempre, fin. Lo cual puede funcionar como ibuprofeno para una infección, calma el dolor pero no nos cura de la enfermedad. Porque la experiencia de seguir viviendo nos dará más indicios de que todo es un poco más complejo que eso. Habrán algunos que no quieran conflictuarse y se conformarán con ese tipo de explicaciones. Estos, de más grandes, disfrutarán todas las historias de Disney y un poco más tarde, disfrutarán de Titanic y de Transformers de Michael Bay y los Avengers en todas sus versiones de los últimos 15 años. Leerán el código Da Vinci y verán la vida como una oportunidad de Emprededurismo (que siempre me ha sonado a palabra que se debería usar en películas que vayan más allá de la triple x) Todas estas historias de vida (transformes, Disney, etc) son muy valiosas, entretenidas y disfrutables, pero todas muy simples si queremos develar los maravillosos misterios de la vida y la muerte, que al final a eso vinimos.

No hay bien, ni mal en la muerte, solo el hecho, solo el no ser. Por eso es importante ocultar la evidencia, solo así se explica el hecho de enterrar, de que ya no se vea. Total, el cuerpo no es, lo que es ya no está, se fue.

Entonces el misterio está en la ficción y la visitamos una y otra vez. No es la muerte quien nos visita, somos nosotros los que la buscamos porque queremos entenderla; igual que a la novia que nos dejó sin darnos explicaciones. Nos preguntamos una y otra vez ¿por qué morimos? ¿qué pasa después? La respuesta es: no pasa nada, lo que sabemos, lo podemos probar. Pero no nos es suficiente. Así que nos persignamos y nos contamos una historia:

Había una vez el hombre inmortal que cuando moría reencarnaba, se iba al cielo, se convertía en vaca o en bacilo de koch según se haya portado en su existencia. La ficción trata de averiguar esta compleja relación para comprendernos a nosotros mismos. Cada vez que nos inventamos algo, cada vez que nos volvemos a contar algo que nos pasó, que nos acordamos. Queremos entendernos, ¿por qué lloramos?, ¿por qué reímos?, ¿por qué es tan chistoso?, ¿por qué es tan tonto?, ¿por qué todo es tan absurdo?, ¿por qué hace frío?, ¿por qué nos vale que estemos en cuarta ola y todos nos vamos a la feria a apretujarnos y compartir nuestra experiencia vírica como ganado sediento de espectáculo, sediento de muerte. ¿por qué no puedo darle a todo un sentido?, ¿por qué estoy vivo?, ¿por qué me voy a morir?, ¿por qué todo va a morir?. ¿Por qué nunca habré existido?

Javier Marías inicia su novela “Mañana en la batalla piensa en mí” con esa frase total “Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda. Nadie piensa nunca que nadie vaya morir en el momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros. Muchas veces se ocultan los hechos o las circunstancias: a los vivos y al que se muere -si tiene tiempo de darse cuenta- les avergüenza a menudo la forma de la muerte posible y sus apariencias, también la causa. Una indigestión de marisco, un cigarrillo encendido al entrar en el sueño que prende las sábanas, o aún peor, la lana de una manta; un resbalón en la ducha -la nuca- y el pestillo echado del cuarto de baño, un rayo que parte un árbol en una gran avenida y ese árbol que al caer aplasta o siega la cabeza de un transeúnte, quizá extranjero; morir en calcetines, o en la peluquería con un gran babero, en un prostíbulo o en el dentista; o comiendo pescado y atravesado por una espina, morir atragantado como los niños cuya madre no está para meterles un dedo y salvarlos; morir a medio afeitar, con una mejilla llena de espuma y la barba ya desigual hasta el fin de los tiempos si nadie repara en ello y por piedad estética termina el trabajo; por no mencionar los momentos más innobles de la existencia, los más recónditos, de los que nunca se habla fuera de la adolescencia porque fuera de ella no hay pretexto, aunque también hay quienes los airean por hacer una gracia que jamás tiene gracia. Pero esa es una muerte horrible, se dice de algunas muertes; pero esa es una muerte ridícula, se dice también, entre carcajadas. Las carcajadas vienen porque se habla de un enemigo por fin extinto o de alguien remoto, alguien que nos hizo afrenta o que habita en el pasado desde hace mucho, un emperador romano, un tatarabuelo, o bien alguien poderoso en cuya muerte grotesca se ve sólo la justicia aún vital, aún humana, que en el fondo desearíamos para todo el mundo, incluidos nosotros. Cómo me alegro de esa muerte, cómo la lamento, cómo la celebro. A veces basta para la hilaridad que el muerto sea alguien desconocido, de cuya desgracia inevitablemente risible leemos en los periódicos, pobrecillo, se dice entre risas, la muerte como representación o como espectáculo del que se da noticia, las historias todas que se cuentan o leen o escuchan percibidas como teatro, hay siempre un grado de irrealidad en aquello de lo que nos enteran, como si nada pasara nunca del todo, ni siquiera lo que nos pasa y no olvidamos. Ni siquiera lo que no olvidamos”.

En este inicio de novela que parece realista, Marías hace lo contrario, nos llena de imágenes que nos enfrentan a lo absurdo de la muerte, pero con la necesidad de que la muerte no nos toque, que sea algo de ficción que podamos ver, entender, pero no experimentar. Gracias a la ciencia, la muerte cada vez es menos interesante, la mayoría de las personas mueren y morirán en la cama de un hospital, quizá buscando entre lo que le quede de razón en ese último instante un recuerdo de un juego de niñez, cuando existía la promesa de la eternidad, y el juego lo era todo. Es decir ficcionando, tal como nosotros hacemos con esa imagen querer algo de poesía, de dignidad, al menos en ese instante.

Títono era un mortal de una belleza deslumbrante. La diosa Eos se enamoró de él. Ella misma le pidió a Zeus que concediera la inmortalidad a su amado, cosa que el padre de los dioses concedió. Pero a la diosa se le olvidó pedir también la juventud eterna, de modo que Títono fue haciéndose cada vez más viejo, encogido y arrugado, hasta que se convirtió en cigarra o según otras versiones en grillo o incluso una larva. Desde entonces cada vez que Eos se despierta por la mañana y llora, produce el rocío con sus lágrimas, Títono se alimenta de las mismas, y cuando le preguntan qué desea, responde en latín: Mori, mori, mori… que significa “morir, morir, morir”.

Quiero terminar esta exposición exhortando a todos a continuar en la vana lucha de comprender la muerte a partir de la ficción. Después de todo es lo único que podemos hacer para estar vivos. Ahí radica la belleza, nuestra razón de ser, la respuesta fiticia y verdadera que debemos tratar de entender. ¿Por qué estamos vivos y por qué vamos a morir? una respuesta que se abre hacia todos los matices del universo, que mientras más compleja, más interesante, más bella, más humana, como deberían ser todas las respuestas que importan.

El Discurrir de la Vid a Cuento (Parte 2)

(Para que la audiencia no piense que se eludió responder la respuesta de manera concreta, esta segunda parte atacó sin bemoles el intento de responderla)

LA VERDAD ABSOLUTA

Es ese momento en que estás entre despierto y/o soñando, en el que no sabes si quiera qué año es, en qué casa estás, en qué país, en qué tiempo; y, si atiendes bien, no sabes bien ni si quiera quién eres. Ese momento es magia pura, existencia pura, es la verdad, LA EXPERIENCIA de estar vivo sin nada más que eso, estar arrojado a la realidad. Algo pasa con los sueños y sus fronteras con la vigilia, no lo sabemos qué, pero algo pasa. Lo sabemos cuando tenemos sueños lúcidos o cuando tememos no despertar, sabemos que tanto la vida como el sueño son trampas de las que no somos del todo conscientes. La conciencia siempre es no saber y solo experimentar, dolor, frescura, espanto, estar perdido, estar perdido, como el planeta en la Vía Láctea, como la Vía Láctea en el barrio de galaxias, como el barrio en el universo

Por tanto, la verdad radica en el misterio de lo que sabemos y lo que creemos. Es, entonces, por definición materia estética, de búsqueda de comprensión de la belleza. Y cuando hablamos de esa búsqueda, la búsqueda es tan infinita como personas que han nacido y nacerán en nuestra pequeña historia de civilización de 12021 años.

(¡Ah! ¡sí! porque esa mentira que repetimos como tontuelos sabiendo todos que no es verdad de que estamos en el 2021 ya va siendo hora de superar. Es mucho mejor y más interesante un cuento con fundamento en el que podemos ver ese primer templo en Anatolia, y ver que comenzamos una historia común como humanos hace 12021, porque como humanidad no comenzamos ninguna historia común hace 2021 años.)

Por tanto cada uno encuentra y debe encontrar en cada acto que realiza esa búsqueda no solo de búsqueda de placer de la belleza, sino su cafeína que es la comprensión de la misma, un potenciador infalible de la estética si es que se lo realiza con cierto orden y rigurosidad.

En mi caso particular, ese orden pasa por la base de todo esto, es decir, la conciencia que el aprendizaje y la comprensión del universo no son posibles sin la intervención artificial de el elemento estrella de la ficción: La narrativa.

Yo he trabajado (me gusta verlo como un trabajo) en dos áreas narrativas: La narración oral y la Narrración escrita. De la segunda se han ocupado la semiología y los estudios literarios (literatura comparada, le dicen tan bonito) de inventar formas de comprensión que solo sirve a las universidades para producir tesis que nadie lee y algunos ciertos desiertos para ejercer de profesores de lenguaje y literatura. Lo cual no evita que esos textos sean apasionantes en no pocas ocasiones.

En la narración oral también se ha escrito bastante, no tanto como en la escrita, y los caminos son más dispares, y sinuosos y acá no viene a cuento hacer una exposición de las corrientes de estudio de la narrativa oral.

Lo que les cuento es cómo yo trabajo, y lo hago sobre todo porque los compañeros del boliche tuvieron la imprudencia de invitarme a hablar de lo que a mí me interese, y como esto me interesa porque tampoco acabo de comprenderlo, entonces lo hago

No tengo una forma exacta de trabajo, voy tanteando.

Voy a compartir acá el inicio de un cuenta cuentos que estoy preparando (aunque de manera estancada y fragmentada cada cierto tiempo) pero que normalmente si antes no se me vuelve a ir la salud antes del fin de la pandemia, estrenaré como nuevo cuenta cuentos en un futuro no tan lejano

Así que voy a leerles mis apuntes y de ahí sacar algunas ideas y preocupaciones que quizá algunos de ustedes tenga a bien solucionar por mí y de paso aportar a la historia.

(A continuación se leyeron los apuntes del inicio del nuevo Cuenta Cuentos de la máquina de leer titulado EL IPSIS, luego se discutieron posibles soluciones a los problemas, trampas y formas que plantea dicha narración oral. Finalmente todo los asistentes tuvieron la generosidad de aportar ideas y preguntas. Más tarde todos se levantaron en una cadencia acompazada pero sin fin, pagaron sus vinos y bocadillos, se despidieron unos de otros. Algunos sintieron recién los efectos de su terecera dosis de vacuna y tuvieron noches de escalofríos. El expositor se escabuyó en la oscuridad, se hizo invisible para sí mismo. La noche se diluyó en los sueños de quienes asistieron, los que no y la promesa de otra madrugada, sería pronto 21 de octubre)

El discurrir de la Vid a cuento (Parte 1)

(Transcripción de una Charla ligeramente existencial)

Para dar un poco de orden a la charla sería bien brindar antes de comenzar

Una vez cumplido el protocolo, una cortísima anecdohistoria para ilustrar el fondo y/o profundidad de la presente charla.

El se sienta en el bar. Ella se sienta en frente. Llega el camarero, le piden una botella de vino. -¿Qué vino?

– Un Tannat- responde ella que piensa en que ese suele no fallar.

Él no sabe si poner las manos sobre la mesa, ella no sabe si se ve bien e incluso se le cruza por la cabeza que no debió venir en primer lugar

Pero vino

Llega el vino

El camarero lo abre como si necesitara algún testigo de su proeza, sirve manchando un poco su servilleta a modo de moño en el cuello de la botella. Le pide a él con la mirada que dé su visto bueno. Él lo prueba, le sabe a vino, fuerte, sonríe y extiende su vaso, pero el camarero no le llena su copa sino la de ella, y luego recién la de él.

Al fin, ambos brindan.

– ¿Por qué brindamos?- pregunta él.

– Por que vivimos

Y toman un largo trago al mismo tiempo y algo parece relajarse en sus conexiones neuronales.

-Eso mismo -dice ella- ¿Por qué demonios vivimos?

La pregunta no es menor y cada uno de los presentes seguramente se la ha planteado en algún momento. Y quizá el momento haya sido angustiante pero a la vez un lindo síntoma de búsqueda de una revelación. Y es ahí donde quiero hacer un poco de énfasis, en la revelación. En aquella angustia y sed del ser humano por de una vez por todas saber LA RESPUESTA, no una parte de ella, no un mísero trailer, sino LA RESPUESTA, ¿por qué estamos acá?, ¿por qué vinimos a esta charla? (ok, por el vino), pero, ¿por qué necesitamos vino para venir? (ok, por que es rico) pero podríamos tomar vino en casa, y más barato. Venimos porque queremos respuestas, respuestas de la gente, de la persona con la que vinimos a compartir, o con la que nos encontremos, o de nosotros mismos si llegamos a estar lo suficientemente embebidos, o envididos..

Y tal vez están esperando que esta conversación llegue algún lugar. Yo también espero que así sea. Y voy a tratar de llegar, pero primero ¡Salud!

Voy a tratar de ir al grano: la vida es una invención de nuestro cerebro. Esto es perfectamente comprobable. Y cuando hablo de la vida, no hablo de nuestras funciones motoras, respiratorias, físicas y recicladoras de deshechos que como ingeniería es realmente fascinante pero que llega a ser muy banal, porque hay demasiadas personas vivas, tantas que nadie sabe cuantas. Se calcula que hay unos 7.8 Billones de Personas; pero se calcula, nadie sabe, nadie está realmente metiendo los datos en una máquina contando quién entra o quién sale como si fuese un partido de fútbol. Sino que calculamos a groso modo. Se imaginan ¿cuán banal es la vida?, es más banal que el dinero. O ustedes estarían dispuestos a que les paguen algo con, calculo que hay más o menos 20 bolivianos. No, hay que ser exactos, pero no, no sabemos cuánta gente hay, pero sí se sabe cuánto dinero hay. Está todo anotado en computadoras, se anota todo lo que entra a través de quien fabrique el dinero, ya sea el Fondo Monetario, El Banco Nacional, la Reserva Federal o los Bitcoins. Se cuenta, todo se cuenta. Pero la vida no, se calcula que más o menos

Por eso, lo interesante es la verdadera vida, la vida verdadera, la inventada. La que contamos. La que nos contamos a nosotros mismos, la que nos contamos cuando nos pasa algo, la que nos contamos cuando tratamos de explicar cómo llegamos hasta hoy. Esa que es una invención. Porque evitamos todos los detalles escabrosos de lo que realmente nos pasa y contamos solo lo que queremos contar, casi nadie cuenta aventuras del tedio de los dolores físicos, estomacales, del tiempo que pasas a diario en el baño, del tiempo que piensas en qué comer, de lo mal o bien que te cae la comida, de las pepas de frutas que pasan deambulando en nuestra boca cuando no sabemos dónde escupiralas, de lo que le molesta entre los dientes que tiene pudriéndose, de lo que le cuesta levantarse, o de lo triste que es pasar incontables minutos recorriendo su pantalla de celular hacia abajo esperando algo que lo entretenga en su triste y apestosa vida, es decir, no contamos lo que realmente nos pasa.

Contamos por ejemplo cómo conocimos a alguien, contamos cómo desde pequeños eramos inquietos o nos gustaba la música, cómo lográbamos cosas que nadie puede explicar hasta el día de hoy, por ejemplo cómo lográbamos acordarnos del nombre completo de nuestros amiguitos del colegio y sus números de teléfono. Al día de hoy durante una cena cuando conocemos a varias personas, de muchas necesitamos que nos repitan varias veces su nombre y luego cuando nos subimos al auto para volver a casa decimos ¿Qué se llamaba el de verde?

Pero casi siempre contamos cómo conocimos a LA persona. Dependiendo el momento en que la contamos suele cambiar de ser fascinante, sexi y misterioso a asqueroso gusano. E incluso muchas personas dan bucles en los que vuelven a verlo como fascinante, sexi y misterioso, solo para volver luego a decir que una babosa despreciable. Estos cambios no son menores y vale la pena tratar de entenderlos. Suceden por la imperiosa necesidad de darle un sentido a nuestras acciones, una narrativa a las mismas. Lo cual por definición es mentira, la vida no es un cuento, ni una narrativa, solo lo es cuando nosotros nos inventamos que lo es y se lo contamos a alguien, entonces y solo entonces el cuento se convierte en verdad y la vida tiene sentido solo si es un cuento. Pero esa verdad es fluctuante y presta al cambio de acuerdo a la nueva información que se acumule con el tiempo, así como todo proceso científico.

Para comprender de una vez por todas esto, me gusta siempre hacer el ejercicio de la noracionalidad matemática, porque saben la matemática no es racional, es ficción. Lo sabían, ¿verdad? Los números son representaciones abstractas de cantidades que no existen, la idea misma de cantidad(es decir de sumatoria de unidades que forman un todo) es una abstracción loquísima que nos permite dar sentido a las cosas. Pero un uno y un dos no existen, solo son invenciones de la ficción, y con eso hemos construido la comprensión del mundo.

De ahí la evidencia que solo el conocimiento puede existir si estamos lo suficientemente comprometidos con el delirio de imaginar las posibilidades de las combinaciones del universo para formar narrativas. Solo para al final añadir con capricho de chef culinario el gusto personal como motivación para que nos importe, o no, lo que aprendemos o lo que comprendemos.

Y esto no es menor, porque como la verdad personal es tan personal y al final cada uno cree lo que le pegue en gana; mientras más información circula por nuestras manos, más dependientes nos hacemos de comprender y de sustentar nuestra vida para llegar a un equilibrio de salud y mental que nos permita entablar conversaciones racionales con todas las personas que así lo quieran. Podemos creer que la salvación de todo es el dióxido de cloro y ya, ¿por qué no? el ácido sulfúrico si total la tierra es plana, Maluma es un Rock Star y Shakira funda piés delcalzos pero oculta su fortuna en paraísos fiscales, es decir, total, todos nos están tomando el pelo. Y nosotros como tontuelos buscando noticias en los periódicos y los periódicos contando cualquier cosa para beneficiar a sus propietarios, nunca a nosotros.

Y es aquí que entra el punto que lo cambia todo en cuanto a la verdad, y ese es que el que nos arruina todo tipo de intento de racionalidad, pero al mismo tiempo es el que da sentido a nuestra triste existencia. Es aquello a lo que llamamos belleza, es lo que nos pone cuando nos acordamos del olor de la tierra mojada en una cancha de fútbol de nuestra infancia, es lo que sentimos cuando nos damos cuenta que a nuestro perro le quedan pocos años, y el muy infeliz nos planta un lenguetazo en toda la cara, es lo que sentimos cuando volvemos a casa de nuestra madre que nos hace una huminta que no existe en otro lado. Pero también es lo que creemos que comprendemos cuando vemos Twin Peaks, tercera temporada de David Lynch, o Copia Certificada de Abbas Kioristami, o lo que parece que comprendimos cuando leímos 2666, o cualquier broma/ novela breve de Mario Bellatín. Y ya puestos, cuando escuchamos cantar a Luzmila Carpio o aquel maravilloso disco Folklore de Domiguez, El Gringo y Cavour o el baile final Jazz de Yogurto Ungue y su tío Oblongo por las calles de Nueva York.

Ninguna de esas cosas tiene sentido, solo tiene sentido si las compartimos con quien las hizo, si creemos que las entendemos, pero toda obra de arte es inentendible, porque sino sería una tesis y no una obra de arte. Y cada vez hay más gente que se aleja de esa complejidad y quiere consumir su alimento estético como si fuese una hamburguesa, es decir con mucho Ketchup, mucha papa y mucha imitación de carne. Pero eso solo nos lleva a problemas estomacales de los que no queremos hablar y un vacío existencial porque se acaba rápido y no había nada que comprender, solo había que pasarla bien. Yo propongo que volvamos conflictuarnos para comprendernos, porque sabemos que al final no nos vamos a comprender, pero en ese problema está el cuento, la ficción, la invención de la verdad pura. Para poder discutir de estética ya tenemos una teoría con la que podemos no pelearnos que es la Estética de la Virtud de Roger Poivet, que si a alguien le interesa, le puedo dar algún dato, pero lo bueno es que no está basada el el ego del gusto que contamina la comprensión del todo.

Lo importante es comprender que somos todo y que todo no es nada si es que no le damos un sentido y una belleza.

Así pues no hay que temer al cambio, somos cambio,

Cuando viajas y te vas, ese también eres tú,

Cuando dices la verdad, ese también eres tú,

cuando no la dices, ese también eres tú,

Cuando eres tonto, cuando eres enfermedad, este también eres tú

Cuando eres papá o mamá, ese también eres tú.

Cuando eres recuerdo, Ese también eres tú,

Cuando te mueres y te olvidan, empiezas a dejar de ser tú, hasta ya nunca haber existido,

Pero entonces el olvido también eres tú, que lindo,

o ya no eres tu, nunca fuste tú, ya acabó tu tiempo, ya se acabó todo, ya nunca empezó, esa es la verdad, es decir, esto que nos estamos inventando ahora mismo, este instante que estamos compartiendo y que un día, cuando nos olviden, nunca habrá existido

Así que mientras existe o hacemos que existe, al menos inventemos que es algo bello, algo con sentido, mintamos que entendemos complejidad, celebremos todo

Salud!

(EN LA SIGUIENTE ENTRADA DE LAMAQUINADELEER.COM SE SUBIRÁ LA CONCLUSIÓN DE LA EXPOSICIÓN CENTRAL DE LA CHARLA)

Lamáquinadeleer.com cumple un año

Hace un año llegaba a la red de redes La máquina de leer en su versión página web. Así que hoy toca festejar la gesta.

La máquina de leer es un proyecto que nació de otro proyecto. Cuando estudiaba gestión cultural en Bruselas soñaba con que mi proyecto de grado sería un plan para montar mi café librería y hacer de ello un modo de vida. El nombre ya lo tenía: La Máquina de leer. Según yo, el proyecto era para mejorar la lectura en mi país y mi ciudad y cuando comprendí (mediante un estudio de mercado, lecturas y entrevistas) que lo que yo estaba por montar no era ningún servicio sino un negocio, una pequeña decepción invadió mi joven corazón que acababa de cumplir 27 años. En ese deambular me fui al sud de Francia y ahí a una casa donde sucedió el milagro y se contaron los cuentos más simples y menos pretenciosos del mundo. Había encontrado algo mágico, algo que conectaba con el corazón de lo que realmente quería hacer, transmitir el misterio de la ficción y, con él, descubrir el mundo. Volví a Bruselas y me inscribí a la Escuela del Cuento (para formarme como Narrador Oral)

Entonces, nació, por segunda vez La Máquina de leer, ya era 2008. Un año después me animé a contar por primera vez cuentos en público, terminié mi proyecto que completaba la idea a descubrir lo que era la ficción, la lectura y el decifrar el mundo a través de sus significantes mágicos para apoderarnos de él.

Por esos días abrí un sitio web (antecesor de éste) que era lamaquinadeleer.org. Nunca funcionó realmente, solo escueta y triste información se subió por ahí. Yo me dediqué del 2010 al 2014 casi exclusivamente a vivir del cuento. De hecho daba un taller de cuenta cuentos una vez al año que titulaba así “Vivir del cuento”, lo cual era hermoso y terriblemte precario a nivel económico. Pero con esos pesillos ahorrados uno a uno me compré el colchón donde duermo aún cada noche.

Estos últimos años han sido de aprendizajes internos, de creaciones, de ideas y de crecimiento, he llegado a los cuarenta y para festejarlos volví a La Máquina de leer creando su sitio web, ahora sí como se debe, éste, que usted visita en este momento. Acá se siguen gestando ideas, sigue siendo mi lugar de laboratorio. A veces simplemente lo dejo abierto y leo un libro que tenga que leer con lectura y pasa esto. Escribo, digo algo o continúo con las ideas del último cuenta cuentos “EL IPSIS” que verá su luz (esperemos) cuando el innombrable virus de tregua segura. Todavía no me hago a la idea de contar a un público con mascarillas, a no ser que eso se convierta en parte de la historia, quién sabe. También tengo gente entusiasta que me apoya que siempre es parte de esto y eso me hace sentir acompañado.

Así que como regalo de año, les dejo unas fotos y portadas de cuentos e ideas. En este enlace: https://www.lamaquinadeleer.com/?page_id=173

¡que la máquina de la lectura siga leyendo!

Relato cósmico, onírico y subjetivo sobre la buena y mala literatura.

Ya se ha dicho, pero en el mar en el que todo se dice y parece que nada cuenta hay que decirlo una vez más, al menos acá, tal vez así cuente un poquito más. Así que gracias a la eterna burocracia cósmica acá está: El sentido de la literatura no es una pose, no es una necesidad artística de ser reconocido y premiado. Tampoco es un formato de escritura.

Aclaro esto porque en la literatura más que en ningún otro mercado cultural parece haberse anclado la idea de la literatura como un esquema fijo de contar historias. Los premios “importantes” se llevan producciones con poca propuesta y casi nulo valor estético. Eso no quita que tengan un gran valor comercial en toda industria, dependiendo para quién, pueden ser necesarios.

Pero hablo de la literatura como producto estético, como búsqueda inacabada, imperfecta, autocrítica, incesante y perfeccionista de belleza. La literatura al igual que cualquier otra arte o expresión estética es la búsqueda de emociones e ideas que no se pueden expresar si no es a partir de un marco distinto al del lenguaje académico. Es la narrativa como elemento con el cual se encadenan ideas que cuentan una historia y algo se quiere decir. Pero ese algo que se quiere decir va más allá de la historia. Exactamente igual que en la pintura o en la música. La pintura no es solo lo que nos cuenta el cuadro (un paisaje, una escena) es sobre todo lo que significa esa escena y el cómo se la pintó para representar esa emoción, esa idea. La música no solo es esa armonía, esa melodía, ese ritmo, es sobre todo lo que eso significa. Y entonces, en todas esas manifestaciones, nace la obra única.

Pero en todas las artes hay estandarización que buscan el consumo de una obra no tan única. Esto pasa en la música, pasa en la danza, pasa en la pintura, pasa en el cine, en la escultura, pasa en la literatura. Es una necesidad de entendernos entre todos de forma simple. Pero tengo la impresión que en todas estas otras manifestaciones los nichos expresivos “alternativos” (buenos o malos) tienen formas de expresarse más libres y “con más mercado”. No tanto en la literatura donde aparecen como grandes escritores “alternativos” escritores que han ganado por ejemplo el premio Alfaguara; lo cual no tiene, repito, nada de malo, pero el reconocimiento que da ese premio en la sociedad parece ir en contracorriente de una expresión que tenga propuesta. Al contrario esos premios casi siempre buscan algo que va a vender “con cierta calidad”. Lo cual invisibiliza la propuesta. Existe, por otro lado, ingentes cantidades de escritores cuya única barra de medida de genialidad es su propio ego y la opinión de sus amigos. En su mayoría estos casos carecen de la más mínima calidad. En esta segunda opción, prima la pose literaria, el “creerse escritor” el creerse artista y no serlo. Porque ya de plano tal cosa no existe, existen humanos, artesanos imperfectos en busca de perfección. Y en esa brecha imposible radica belleza, pero nunca en el escritor y menos en el artista.

Para salvar esta brecha hay muy poco margen, muy poco donde encontrarse y buscar. Hay muchos escritores de calidad ahí afuera, pero es difícil encontrarlos, es difícil leerlos, porque están sin difusión, en la misma categoría de los nulos y muy lejos del reconocimiento de los que ganarán premios “importantes” porque su literatura no es importante para ese premio, nunca lo será.

¿Cómo encontrar la brecha entre calidad y difusión? Es algo muy complicado, el tiempo es una solución, revalorizamos cosas con el tiempo, aunque en medio se pierde casi todo, como si de una excavación arqueológica se tratara. Así podemos leer obras maestras antiguas, que sin embargo tienen la desventaja que su propuesta ya pasó. Pero en lo contemporáneo nos queda solo escribir, escribir leyendo más, pero sobre todo siendo más críticos con lo que escribimos, asumiendo que somos imperfectos, asumiendo que casi no sabemos contar y aún así contando e intentándolo, porque en ese error rascaremos ideas, rascaremos y buscaremos propuestas. Contaremos a nuestro modo pero no alejados del resto, parecido a lo que entendemos como calidad. No hay maestro, no hay aprendiz, todos son maestro y todos son aprendiz. La única guía es la autocrítica trabajada con rigurosidad, con dureza. Tal vez nunca nos publiquen y nunca ganemos un premio. Pero nunca debimos buscar eso, nunca se trató de eso. Cuando buscamos porque nos paguen por buscar expresar nuestra necesidad ya se puso fea la cosa.

El universo está ahí, es infinito y nosotros no contamos, pero igual vamos a contarlo.

Jugar a leer, jugar a escribir

La le li

Alelí

Capulí

Sobra de sobra la sombra

Tengo en mi cabeza a Julio Cortázar diciendo “…Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde gris) y acordarme sin distraerme…”

Todo ha empeorado Julio. He tratado de comenzar con una idea esto que escribo ahora, pero han tocado el timbre, y luego el teléfono y luego mi hija mayor con una pregunta que importa más que nada, más tarde un estudiante con una consulta que le importa, y mucho más tarde mi cansancio como excusa, o la navegación por internet como placebo intelectual de que leemos algo y en realidad sólo presenciamos el vacío. Mi perro ladra.

Así que como no recuerdo ya lo que quería decir hablo de lo que quiero decir ahora, de lo que siempre importa, Julio, de lo que siempre importa, Maqroll, de lo que siempre importa Amatilde, de lo que siempre importa. Jugamos para escribir, escribimos para jugar. El juego y la escritura deberían ir siempre juntos, siempre juntas. Son piezas de un mismo tablero, dependientes una de la otra, una para practicarla, otra para comprenderla. Si escribes y no juegas, no es divertido. Si juegas y no escribes, no entiendes nada, solo asistes, como asiste Alexa a su vida electrónica.

Pesas

Pasas

Pobres que pasan un

Vericueto

Sí, es un camino estrecho que debemos atravesar. De todas formas la vida siempre es más estrecha mañana. De todas formas todo siempre está terminando. Con mayor razón nos queda jugar para entender. Escribir para jugar. Vivir para escribir. Escribir para entender. Jugar a vivir.

Contemos una historia.

Cuando tenía veinticinco años fui a un lugar. Era un lugar donde podía respirar y mirar siempre arriba y sentir que los árboles me hablaban, un lugar donde vivía solo y tomaba mi bicicleta para ir al mar y el mar me hablaba. Un lugar donde volví luego cuantas veces pude, donde siempre estuve en casa aunque no era mi casa, pero es mi casa más que ningún otro lugar porque nunca me fui del todo. Porque cuando lo recuerdo aún estoy ahí. Entonces escribo esto para estar un poco más ahí para mirar hacia el cielo en esa plaza y escuchar los árboles y olerlos y sentir que estoy ahí. Escuchar a lo lejos el tranvía, sentir el olor de la ciudad. Su humedad, su sensualidad no sexual, su presencia. Escribo un poco más para seguir ahí. Para encerrarme en mi pequeño cuarto y abrir mi computadora sin conexión a Internet y escribir esa noche hasta las tres de la mañana, sin saber todavía que hay un mundo afuera hasta que tan tarde abro la ventana y siento el olor del mundo, y entonces sí existe, pero existe más mi felicidad de haber escrito. Desde la ventana veo mi bicicleta comprada en un mercado de artículos de segunda mano, pienso en manejarla e irme al mar, pero voy a dormir y duermo feliz. Esa noche escribí de un tirón un cuento que se llama “La grande”, unas 30 páginas en una noche, nunca más voy a escribir y ser feliz con tanto y tan poco. No importa que hoy La Grande sea otro cuento, cambiado y sin tanta importancia, importa porque me dio esa felicidad y porque me permite estar otra vez esa noche ahí. Otra vez estar en la ciudad, otra vez abrir la ventana, y una vez más abrir la ventana.

Y el juego de escribir puede continuar infinitamente, ahora te toca a ti. Escribe para vivir, cuenta para ser. Entiende para jugar.

Para

Pera

Pero

¡Ya!