Jugar a leer, jugar a escribir

La le li

Alelí

Capulí

Sobra de sobra la sombra

Tengo en mi cabeza a Julio Cortázar diciendo “…Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde gris) y acordarme sin distraerme…”

Todo ha empeorado Julio. He tratado de comenzar con una idea esto que escribo ahora, pero han tocado el timbre, y luego el teléfono y luego mi hija mayor con una pregunta que importa más que nada, más tarde un estudiante con una consulta que le importa, y mucho más tarde mi cansancio como excusa, o la navegación por internet como placebo intelectual de que leemos algo y en realidad sólo presenciamos el vacío. Mi perro ladra.

Así que como no recuerdo ya lo que quería decir hablo de lo que quiero decir ahora, de lo que siempre importa, Julio, de lo que siempre importa, Maqroll, de lo que siempre importa Amatilde, de lo que siempre importa. Jugamos para escribir, escribimos para jugar. El juego y la escritura deberían ir siempre juntos, siempre juntas. Son piezas de un mismo tablero, dependientes una de la otra, una para practicarla, otra para comprenderla. Si escribes y no juegas, no es divertido. Si juegas y no escribes, no entiendes nada, solo asistes, como asiste Alexa a su vida electrónica.

Pesas

Pasas

Pobres que pasan un

Vericueto

Sí, es un camino estrecho que debemos atravesar. De todas formas la vida siempre es más estrecha mañana. De todas formas todo siempre está terminando. Con mayor razón nos queda jugar para entender. Escribir para jugar. Vivir para escribir. Escribir para entender. Jugar a vivir.

Contemos una historia.

Cuando tenía veinticinco años fui a un lugar. Era un lugar donde podía respirar y mirar siempre arriba y sentir que los árboles me hablaban, un lugar donde vivía solo y tomaba mi bicicleta para ir al mar y el mar me hablaba. Un lugar donde volví luego cuantas veces pude, donde siempre estuve en casa aunque no era mi casa, pero es mi casa más que ningún otro lugar porque nunca me fui del todo. Porque cuando lo recuerdo aún estoy ahí. Entonces escribo esto para estar un poco más ahí para mirar hacia el cielo en esa plaza y escuchar los árboles y olerlos y sentir que estoy ahí. Escuchar a lo lejos el tranvía, sentir el olor de la ciudad. Su humedad, su sensualidad no sexual, su presencia. Escribo un poco más para seguir ahí. Para encerrarme en mi pequeño cuarto y abrir mi computadora sin conexión a Internet y escribir esa noche hasta las tres de la mañana, sin saber todavía que hay un mundo afuera hasta que tan tarde abro la ventana y siento el olor del mundo, y entonces sí existe, pero existe más mi felicidad de haber escrito. Desde la ventana veo mi bicicleta comprada en un mercado de artículos de segunda mano, pienso en manejarla e irme al mar, pero voy a dormir y duermo feliz. Esa noche escribí de un tirón un cuento que se llama “La grande”, unas 30 páginas en una noche, nunca más voy a escribir y ser feliz con tanto y tan poco. No importa que hoy La Grande sea otro cuento, cambiado y sin tanta importancia, importa porque me dio esa felicidad y porque me permite estar otra vez esa noche ahí. Otra vez estar en la ciudad, otra vez abrir la ventana, y una vez más abrir la ventana.

Y el juego de escribir puede continuar infinitamente, ahora te toca a ti. Escribe para vivir, cuenta para ser. Entiende para jugar.

Para

Pera

Pero

¡Ya!

Enseñar a contar

Nadie enseña a contar y sin embargo todos nos enseñamos a contar. Contar es la búsqueda incesante de la belleza que nos transmite el entorno. Contar es pensar en todo lo que nos importa podemos ordenarlo en palabras que tengan un sentido. Las palabras con sentido, las palabras que vuelven a la vida, las palabras que son imágenes. Las palabras que nos comunican con las palabras que leímos con las que nos enseñaron, con las de hace cien, mil y doce mil años. Las que cuenta esa cueva de los sueños perdidos, las palabras que tratamos de expresar luego de un sueño confuso que nos quiso decir algo, las palabras que pensamos cuando queremos dar una clase, un discurso. Las pinturas que nos cuentan sentimientos, las películas que queremos contar de otra forma, los libros que nos hablan de algo que nos importa y luego nosotros queremos escribir nuestro propio libro, o nuestra propia versión de los hechos.

Cuando era niño hacía mucho eso, el contar mi propia versión. Cuando veía una película, cuando leía un libro, casi siempre pensaba en todas las posibilidades que le veía a la historia y mientras más me acercaba al final más pensaba en todo lo que se habían saltado, en todo lo que no habían contado. Muchas veces, luego, me encerraba en mi cuarto, o en el baño y me contaba a mi mismo cómo tenía que ser esa historia que me habían contado en ese libro, en esa película, y me creía al menos mientras me la contaba que esa era la verdadera versión y me gustaba. Estoy seguro que no soy, ni mucho menos, uno de los pocos que ha hecho esto. Estoy seguro que lo hemos hecho casi todos, al menos en nuestra infancia. Es un ejercicio maravilloso. El problema es que con los años nos olvidamos de hacerlo y preferimos que otros nos digan todo, incluso nos interesa más el final que la misma historia.

Pero en el fondo nos gusta seguir inventando, nos gusta seguir en contacto con todo lo que nos habla. Alimentarnos y sentir todas las historias que están ahí, esperando que las descubramos. Pero no es que descubramos cómo contarlas, es que descubramos su conexión con nosotros, su belleza. Y entonces, ese momento, la belleza, el asombro nos hace suyos. Y entonces, solo entonces quizá una técnica, un conocimiento de cómo contar, un consejo, un tipo, nos ayude.

De eso hablaremos, en ese taller que se viene, de la belleza de contar, de la belleza de encontrarnos y trascender la virtualidad.

Taller ¿Por qué contamos?

El año pasado di un taller corto de Narración Oral para la cooperación alemana. En la experiencia revisé varias ideas que me han perseguido o tal vez yo las he perseguido a ellas. Hace varias semanas una ex estudiante mía me contactó para preguntarme si no pensaba algún rato dar un taller de Narración Oral. La idea estaba hace ya un tiempo, incluso planteada para darla en la Universidad donde doy algunas clases. Sin embargo, ya se sabe, ya no hay presencia física en las universidades hasta nuevo aviso. Pero las ideas siguen ahí y las he ido ordenando y alimentando para darle aún más coherencia. Entonces bajo la excusa del pedido de mi ex estudiante acá se lanza este taller. Toda la información la encuentras a continuación:

Paciencia y final

paciencia de chirimoya

Es verdad que muchos van perdiendo la paciencia. Pero ¿qué es la paciencia? ¿Por qué tenemos que tener paciencia? Si lo mejor siempre es lo inmediato, lo que disfrutamos, el orgasmo. Pues no, a eso nos ha llevado la idea de consumir por consumir; a querer el instante de gozo y de premio pero solo hay vacío y ganas de más. Una droga poderosa e insaciable.

Entonces ¿cuál es el sentido de leer este texto? ¿Habrá algún sentido? ¿Importará en lo más mínimo? La verdad es que no, nada importa y a su vez todo importa. Es decir, lo que importa siempre fue, y siempre es el camino, la seducción y el deseo, el misterio, no la resolución del mismo, el preparar el ají por tres horas, no el pedirlo por envío a domicilio. Lo que importa es la espera, lo que importa es la búsqueda, mucho más que la llegada. La llegada, el éxtasis, eso sólo existe y tiene algo de sentido si hemos tenido el tiempo para perder en el camino, si hemos podido leer las casi quinientas páginas de cien años de soledad para que el apresuramiento de lectura de Aureliano en los pergaminos y esa su comprensión de no poder salir de ese cuarto “que la ciudad de los espejos (o espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres…” realmente tenga un peso y tal vez un sentido. No sirve de nada leer un libro si lo único que queremos es que termine, saber qué pasa al final. Eso es símbolo de mala literatura. Lo que importa es siempre estar perdido en el instante.

Lo mismo pasa en la gentileza de escuchar que alguien te lee un texto, que alguien te cuenta un cuento, si no lo soportas solo puede ser por dos razones, o el cuento es muy malo y ya sabes de qué va. O eres un ser miserable y triste que no puede concentrarse en el instante del regalo que alguien te hace invirtiendo belleza inservible, desechable, perdida solo para leerte ese párrafo, ese cuento. Para contarte su historia que para él, para ella, es importante.

Cada vez es más frecuente los aburridos con razones. Los que creen que ser un aburrido es un posicionamiento intelectual y solo denota su incapacidad de conectar con ellos mismos y el mundo. Los chicos ya no se pierden en el saber, los viejos ya no tienen paciencia para morirse, solo quieren saber el final.

Se lee mucho hoy, pero se lee el newsfeed de facebook las historias de instagram, que tienen su mérito, pero a veces solo son pildoritas desdichadas para quien quiere consumir ese pedacito de insatisfacción de morbo, de saber si alguien confiesa una enfermedad terminal, un amor infinito, un putazo político heroico, una campaña que no haré yo para salvar el mundo, y entonces puedo poner me gusta, o compartir (si es que no soy tan egocéntrico) y algunos hasta copian textos y pegan porque el texto le dice copia y pega en tu muro, porque ya han perdido incluso la capacidad de decir lo que sienten, mejor si lo dice un texto ya escrito antes, ya escrito por otro, total yo ya no existo, yo no tengo la paciencia para existir.

Este texto inútil dice solo esto, este texto quiere decir más, pero no lo dice porque no puede. Y sin embargo lo intenta. Quiere decir que busco disfrutar más el presente, cada vez pensar menos en el orgasmo, cada vez disfrutar más el no saber en qué terminará todo. De todas formas ya sabemos, al final de todas las historias, todos mueren y todos se hacen daño. Padres, madres, hijos, hijas, esposas, amantes, fotógrafos, cineastas, actores, directores, escritores, amigos, ingenieros y hasta los caporales de San Simón. Pero igual bailan un ratito más, sacan la foto, se abrazan y capturan el instante, porque el final no importa, porque agradezco me leas, porque agradezco que no importe nada. Porque existir es inútil, pero es hermoso.

Vacunas y tonterías.

tontería

Pandemia de la incapacidad de leer (spoiler: para eso no habrá vacuna)

2021 está aquí, cuetes y más estupideces dieron la bienvenida al nuevo año, a la nueva década. Me hubiese gustado comenzar con algo más poético y cercano al mundo estético que es del que disfruto hablar, pero no, estoy aquí para descargar mi frustración hacia la estupidez con título universitario.

La pandemia fue oficializada por la OMS hace ya casi un año. Vivir en pandemia es lo normal en nuestras vidas. La misma a generado un interés en la información sobre la enfermedad, sobre sus causas, curas y posibles soluciones en la inmensa mayoría de habitantes del planeta. Al mismo tiempo ha generado cantidades insospechadas de desinformación y, más preocupante aún, cantidad de gente supuestamente educada (con su título colgando en algún lugar de su hogar) que no puede distinguir y leer esa información y termina compartiendo o difundiendo la desinformación.

Leer y distinguir información de chisme y malas teorías conspirativas (por absurdas) es hoy en día objeto raro en una conversación. Parece que si alguien piensa de una forma por más absurda que sea su idea igual tiene validez mediática y prestigio que una información argumentada. Y así llegamos a un tipo que por ser alemán quiere meter Dióxido de cloro por todas partes sin ningún fundamento científico y lo hace de frente y entrevistado en las principales cadenas de noticias de Bolivia, encima se da el lujo de humillar tratando poco más de ignorantes a algunas periodistas que (con poco atino y habiendo hecho el mínimo trabajo periodístico) quieren hacerle preguntas incómodas. Habrá alguno que lee esto y piensa que el dióxido de cloro es una medicina probada contra el COVID, y pues temo decirle a ese crédulo que el hecho que le funcione a una, dos o quinientas o miles de personas, no es prueba científica si no se hace ensayos de laboratorio imparciales en los cuales no se quiten todas las otras alternativas que pueden interceder para que se sane el paciente. En el caso del COVID, lo más probable es que el dióxido de cloro perjudique la salud, y si se sana se hubiera sanado igual sin tomar el no medicamento. (https://www.atsdr.cdc.gov/es/phs/es_phs160.html) Pero si aún así crees, pues lo tuyo ya es religioso y es verdad, puedes creer, y con tu creencia puedes matar a muchas personas, como todas las religiones.

Ahora junto a la segunda ola del COVID y con la llegada de las vacunas se vive también una segunda ola de imbecilidad o incapacidad de leer información. Hay mucha gente “educada” que alegremente decide que no se va a vacunar porque cree que ninguna vacuna es segura. ¡Bravo por la falacia! es decir, por supuesto que ninguna vacuna es segura, tampoco la del sarampión, ni rubéola, ni hepatitis B, ni poliomelitis, y un largo etc. Pues siempre hay una parte de la población que va a presentar alguna reacción. Todo esto lo sabemos y aún así vacunamos a nuestros hijos, aún sabiendo que si no los vacunamos lo más probable es que no se enfermen, porque existe en casi todos estos casos inmunidad de manada. Se trata de una acción en que solucionamos problemas serios en comunidad, porque solo si todos o la gran mayoría tenemos inmunidad, podemos superar esos virus. Pues adivinen, en el COVID es lo mismo y un montón de papafritas olímpicos en gran acto de egoísmo huevón, han decidido que por ahora no se van a vacunar, porque no confían en la vacuna. Ojo esto no solo pasa en nuestras latitudes, Francia divulgaba la pasada semana que 6 de 10 franceses no piensan vacunarse(https://www.dw.com/es/francia-campe%C3%B3n-mundial-de-pa%C3%ADses-refractarios-a-vacuna/a-56090221) Si se informaran, si realmente se informaran, se darían cuenta que las vacunas actualmente aprobadas son por lo menos igual de seguras que las que usamos normalmente, solo que ahora mismo, en medio de la pandemia, los riesgos son aún más altos de contagio y de muerte de un ser querido. Pero Monsieur Papanatas no se va a vacunar porque es incapaz de informarse y de poder leer la información; cree las estupideces que le llegan por WhatsApp porque circulan en su grupo de resistencia Kochala, jóvenes por la democracia, OTB Molle Molle Central, grupo de Docentes universitarios, o ya mero mero su grupo de compartir recetas de cocina, porque seguramente lo que le mandan sus grupos de confianza es información de confianza, y de nada sirve que tenga un título universitario, el güey se la cree. O, tal vez, simplemente no le importa nada más que su propio trasero.

Y así llegamos a donde estamos, el ejercicio de la ciudadanía cada vez muere más, porque muy pocos pueden o quieren hacer el esfuerzo de ejercerlo, porque sí hay que saber encontrar información para esto, hay que cruzar fuentes, hay que usar una metodología de pensamiento crítico y no una teología de le creo porque quien me dijo yo le creo (es decir porque me gusta el chisme). La situación es grave porque la democracia en estas condiciones no tiene ningún sentido. La gente claramente va a votar por cualquier cosa, y eso va a llevar a que nos lleve la fregada y algún grupúsculo violento y con poder (seguramente económico) tome con aún más fuerza el control de todo (no sólo nuestra vida). Esto no es una teoría de la conspiración, los lobbies existen, las farmacéuticas pagan, los bancos pagan para lavarse su imagen y los juegos de poder existen desde siempre y el más rico siempre gana. Y sin embargo, ni el más rico puede meterse en nuestra cabeza y evitar que sepamos leer. A no ser que renunciemos a leer y es eso justamente lo que está pasando y no necesariamente en los sectores populares, sino sobre todo en aquellos que se dicen estudiados y andan poniendo por delante de su nombre un título profesional para disimular su ignorancia.

La Lectura, la verdad y la gente

verdad

Todos leemos. A veces muchos incluso leemos los mismos códigos; los compartimos, los publicamos y otras personas luego leen lo que nosotros leímos antes. Pero no hay dos lecturas iguales, aún sea el mismo libro el que haya sido leído por dos personas de aproximadamente la misma edad y aproximadamente el mismo sexo, existen decodificaciones e interpretaciones de lectura igual que cantidad de personas que leen. Incluso la misma persona que lee un texto y relee mañana ese mismo texto, podrá constatar que la lectura y lo que saca de ella ha cambiado en la segunda vez (pese a que encuentre similitudes).
Este mundo complejo, maravilloso es nuestra herramienta básica para el aprendizaje, para la construcción del conocimiento de cada humano. Y sin embargo, hasta hoy, no conseguimos saber cómo realmente funciona. Hasta hoy, no encontramos herramientas que nos permitan aprender mejor de ella, acercarnos mejor a ella. La motivación a la lectura se ha confundido con la motivación a la lectura de libros; peor aún, se ha restringido esta tarea a los niños. Los adultos mientras trabajen y no piensen mucho, todo bien. La lectura nos confronta una y otra vez a nosotros mismos. Y sin embargo no pensamos en ella.
La Máquina de Leer cree que lo que nos interesa sobre todo es contarnos historias: sean de ficción, sean científicas o de leyenda. Nuestro saber es atraído cada vez que buscamos a los protagonistas de una suma, de un príncipe, y saber en qué numero termina. Saber si el número se convertirá en otro por la llegada en una suma o de una raiz cuadrada que lo sustraiga; Si la familia se convertirá en tres por la llegada de un niño o una niña; si el mago hará la magia, si el santo resucitará, si somos eternos al menos en la ficción o con ayuda de la ciencia, si el universo es infinito, si las estrellas siguen existiendo mientras las vemos. Todas historias, y en ellas y por ellas vivimos y aprendemos y enseñamos. La Máquina de Leer quiere también aprender y fascinarse con este mundo.

Existe una inferencia casi inmediata, aún en nuestros tiempos de hipercomunicación, a tomar lo leído como verdad. Verdad al menos de quien escribe. Esto se acentúa aún más cuando nos enfrentamos a un libro impreso, pues seguimos valorando el trabajo y las etapas que tuvo que pasar un texto hasta llegar a la imprenta, al menos por un asunto de presupuesto.
Lo cierto es que en realidad no tiene nada que ver el medio de impresión, ni su costo, con la validez de lo expresado. Lo que leemos no es verdad, ni siquiera de quien escribe el texto, porque desde que el hombre inventó el lenguaje y comenzó a articular palabra tras palabra para construir un discurso, también aprendió a mentir, o a ocultar información sirviéndose del discurso. Es también conocido el postulado que dice que de todas formas es imposible expresar lo que uno quiere decir, pues las palabras siempre estarán más limitadas que nuestras sensaciones y nuestra razón, y aún encontrando la forma de expresar que pensemos adecuada, siempre habrá la palabra no comprendida, la palabra que se quedó en la punta de la lengua, la entonación mal hecha, el contexto no ideal. Pero eso va más allá de la intención original del autor. Lo más común es que el autor nos quiera transmitir una verdad, y esa verdad sea mentira en otro contexto, o simplemente sea una intención de dominación, de imponer un pensamiento sobre otro. Lo vemos a diario en los medios de información y también en el cine o en la televisión, en los blogs.
Hace mucho que se dijo que la verdad no existe, hace mucho que se miente refugiados en papel o tinta digital. Lo que leemos sólo pueden aspirar a ser discursos organizados que se enfrenten a nuestra razón, es a nosotros decidir si los aceptamos, modificamos o rechazamos, es a cada uno de nosotros construir nuestra verdad. Pero la lectura seguirá siendo nuestra única arma para poder defendernos e identificar más lecturas mentirosas, sólo mientras más leamos estaremos un poco más preparados. Al menos esa es mi verdad.

Nos olvidamos leer nuestra realidad

Pasa algo curioso, érase una vez que la escuela nos vendió la idea que la sociedad iba a dejar de ser analfabeta porque todos aprenderían a leer. Y así fue, muchos fueron a la escuela, algunos pagaron escuelas y universidades particulares, ilusionados con ser personas con capacidad de resignificación de la realidad, pensamiento crítico y comprensión del entorno. Y de repente vemos imágenes tristes de personas que pasaron por una escuela e incluso una universidad a las puertas de un cuartel pidiendo un gobierno cívico militar (Es decir un golpe de estado a la vieja usanza). O personas aplaudiendo a grupos paramilitares en motos y hablando de democracia, entonces nos damos cuenta que el proceso de comprensión y lectura de la realidad en la supuesta clase educada está roto, no existe o al menos es sumamente defectuoso. Por eso vamos a hacer un pequeño análisis de lo que es la lectura desde un punto de vista teórico no especulativo y trataremos de ver dónde está roto el proceso de comprensión y qué se puede hacer (desde el individuo) para mejorar sus capacidades o al menos llegar al mínimo aceptable para convivir en sociedad.

Saber leer es un proceso complejo. Saber leer tiene distintos niveles. Vincent Jouve distingue al menos cuatro tipos de procesos que se dan durante la lectura:

El proceso Neuropsicológico, es decir el análisis de contenido, la operación de percepción, de indentificación de signos. Este proceso al ser ante todo físico, no es perfecto, muchas personas por ejemplo mientras leen tratan de acelerar la lectura y pasan por algo signos, o adivinan lo que se dirá y sacan conclusiones antes de terminar o sin leer del todo el texto. Además surge ya en este proceso el problema de la polisemia de los signos, la posibilidad de interpretar de distintas maneras lo que está escrito tanto de parte de la intención del autor que abre a partir del lenguaje las posiblidades del texto, cuanto del mismo lector que tiene distintas referencias culturales y de educación que le impiden leer en toda dimensión su dimensión.

El segundo proceso, siempre según Jouve, es el proceso cognitivo, es decir, ya no solamente el significado de cada palabra, sino del mensaje que quiere transmitir el texto. Para ello se hace un trabajo de abstracción importante. Suceden dos mecanismos: la progresión (donde el lector va avanzando su lectura y siguiendo el hilo de la misma sin perderse en el argumento) y la comprensión que es el trabajo de interpretación general que el lector hace del texto, es decir lo que la progresión está resignificando mientras leo.

El tercer proceso es el afectivo, donde más se implica el prejuicio del lector, entonces busca identificarse con lo que se dice, con los protagonistas del texto, con sus luchas, se identifica como grupo por sentimientos o ideologías, o simplemente por una cuasi situación de romance, de querer ser o no ser como la situación que le describe el texto. Así podrá emocionarse hasta las lágrimas o renegar al punto de la efervescencia mientras lee. Este proceso en particular es el que más perjudica al pensamiento crítico, pues al lector le cuesta salir de su burbuja con tal de rectificar o comprobar lo que cree. La ficción de calidad es la que más va a poder jugar y complejizar este proceso para no caer en dicotomías fáciles tipo bueno-malo, triste-feliz. Por supuesto en las noticias de actualidad se exacerba justo este proceso de la peor forma cayendo en fundamentalismos de poca profundidad.

El último proceso es el argumentativo que compete netamente a la capacidad de reconstruir la intencionalidad del que escribe el mensaje. Comprenderla en su conjunto, lo que busca, lo que quiere lograr, lo que logra, a quién se dirige.

Una vez culminado este proceso y si hacemos los deberes de análisis, re lectura, puntos de vista y tomando en cuenta nuestros propios prejuicios podremos saber o descubrir significados. Cuando seguimos el relato de una ficción sabemos que es una ficción y jugamos a que es verdad por voluntad propia y cuando terminamos la lectura podemos distinguir perfectamente lo ficticio de lo real, porque sino sería confuso. Muchísimos escritores, cineastas y artistas juegan con este límite de lo real y ficticio; y es, en su sutileza y mantener el interés, el morbo de la ficción creíble, donde radica el hecho de la narración.

Pero cuando ese fenómeno se pasa a la realidad y una gran cantidad de población supuestamente educada no es capaz de distinguir el juego, lo real, lo ficticio, el meme, la broma, la intriga, la mentira, la falacia, los hechos de su mundo real. Cuando se deja llevar por lo que le llega viralmente por su red social o teléfono, entonces toda la base de entendimiento y construcción social que hemos mantenido en el último siglo tambalea. La sociedad no es capaz de ejercer su supuesta libertad si ella no es capaz de leer y comprender los fenómenos en su complejidad, o al menos institucionalmente ponerse de acuerdo de la verdad o la mentira.

En Bolivia se vive un caos generado desde sus instituciones formales e informales, se denuncia fraude desde instituciones como el comité pro Santa Cruz sin presentar hasta ahora una sola prueba y tenemos miles de personas que no persiguen un interés personal que no son capaces de leer que les están usando para un interés particular y les siguen la corriente, aparentemente guiados por el simple hecho de odiar con toda el alma a quien ganó la elección. Incluso desde el mismo Tribunal electoral y fuera de su institucinalidad, una vocal, que aparentemente duda de la transparencia que hace unos días firmó y ratificó con su propio puño y letra, añade dudas y chismes, pero ni una sola prueba o indicio concreto de irregularidad. Resultado: miles que esperan cualquier cosa para reforzar su prejuicio, toman la no prueba como prueba y así se prueba mi postulado, no parecemos ya una sociedad que pueda funcionar ejerciendo una endeble democracia, pues no sabemos leer lo real y lo ficticio, porque confundimos chisme con información, porque solo buscamos reforzar nuestro punto de vista.

Y de acá parte mi preocupación de fondo. Como especie y desde la antropología nuestra construcción social ha sido un lento devenir para encontrar acuerdos y vivir en complementariedad con otros. El Homo Sapiens venció, según la ciencia, a los neandertales no por ser más fuerte, sino por su capacidad de empatía con su semejante, su capacidad de asociarse con otro y compartir sus conocimientos. Eso significó el triunfo del Homo Sapiens en la carrera evolutiva sobre un contendiente más fuerte físicamente como el Neandertal. Y acá estamos, finalizando el 2020 y actuando más como Neantertales que como Homo Sapiens(acá el enlace a un artículo a propósito de un sitio excelente). Entonces renunciemos de una vez por todas a la ciencia, al método científico, a la capacidad de encontrar belleza en el mundo, a la capacidad de ver la belleza que el otro ve en el mundo llamada arte. Renunciemos a la lectura y renunciemos a todo y vamos sacarnos las cabezas como sugieren estos grupos que en teoría fueron a la universidad pero parece dominarles sus hormonas antes que sus neuronas.

Leer es complejo, pero es bello, es un trabajo que nos hace humanos y nos hace dignos de vivir junto a nuestra familia, pero también nos hace dignos de comprender al otro que habla otro idioma y poder crear la traducción. Aprender lo que el otro entiende sobre la vida, sobre el amor, sobre la belleza, sobre la comida, sobre existir. En 1953 Ray Bradbury escribió Farenheit 451, parece que hoy más que nunca estamos no solo más cercanos a prohibir los libros, sino a prohibir la lectura, la verdadera, la compleja, la bella

¿La complejidad de lo simple o la simplicidad de lo complejo?

La mente humana es algo tan complejo y al mismo tiempo tan simple que no importa cuantas palabras se utilicen para describirla, siempre quedará un dejo de amargura e insuficiencia en la boca del que las pronuncie. De hecho, toda esta etapa de encarcelamiento o encapsulamiento (da igual el término, pues el sentimiento que ocasiona es el mismo) me ha hecho caer en cuenta de que muchas cosas que vemos y vivimos diariamente son tan complejas y simples como la mente humana. Todo depende de los ojos que observen. Por lo menos para mí, una de esas experiencias es la compra de libros, o mejor dicho, la adopción de libros.

Hablo de la adopción de libros, porque considero que un libro no es un simple objeto que vale solo las monedas que se pagan por él. Porque si empezamos a hablar de la oferta y la demanda, los vendedores podrían terminar debiendo sumas millonarias, pues en esas simples hojas con garabatos, hay sueños, vidas y almas, que se plasman en cada letra y cada párrafo de ese pequeño pedazo de lo que podría ser la mente humana.

Un libro es un ser que por sí mismo tiene mucho que contar, solo que en su propio lenguaje, pero vamos, todos los seres vivos tienen sus propias formas particulares de comunicarse con los otros y no por eso dudamos de su calidad de seres vivos. Probablemente esta suene como una idea muy descabellada para algunos, así que seguiré hablando de la adopción.

Personalmente, no creo que uno escoja los libros que se quiere llevar a casa, los libros lo escogen a uno. Evidentemente, esto ocurre si se trata de una relación duradera, y no así de un encuentro fortuito que pase a ser clasificado como un mero capricho. Al estar entre tantos libros con mundos inimaginables y portadas bonitas uno puede perderse, pues son muchos y el dinero poco. Pero en ese momento, entre un mar de incertidumbre, un libro capta nuestra atención, ya sea por los colores de la portada, o una simple palabra del título. Nos cautiva a primera vista y ese momento solo se hace aún más perfecto cuando el vendedor pronuncia las palabras: “tómelo, es suyo”.

No quiero limitarme a mencionar solo a aquellos libros hermosos con un fresco aroma a nuevo y páginas impecables. No, también quiero hablar de aquellos libros que, al igual que muchos otros seres, son víctimas del accionar humano y de su falta de cuidado con seres indefensos. Hablo de aquellos libros que muchos hemos debido ver en “El Correo” o en alguna tienda de libros al 2×1. Esos pobres ejemplares sin portadas, despintados, con páginas garabateadas o faltantes y que a duras penas pueden soportar el peso de su existencia; aquellos que nos pueden contar toda su historia sin siquiera leerlos, pero lo hacen con su olor, la textura de sus páginas y las manchas de su ser. No puedo decir que todos estos libros no hayan tenido la suerte de tener dueños que los cuidaran, pero como siempre, el destino nos depara lugares cada vez más y más diversos. Este cúmulo de seres desamparados solo busca a alguien, una persona con la que seguir contando sus historias y… ¿Por qué no? crear algunas nuevas.

Por eso creo que la biblioteca de cada uno no debe ser exactamente algo impecable, sino algo diverso e irregular, tal cual hizo el Dr. Frankenstein con su creación. Una pizca de amor y fantasía combinada con una mezcla de suspenso y dramatismo que de alguna forma nos permite ver solo un pequeño pedazo de la simplicidad complicada de la mente humana.

Los elfos de Tolkien seremos los humanos

Ilustración de Ted Nasmith

La humanidad se dirige directo a eliminar la muerte del cuerpo biológico en el que habita. Por supuesto este alcance no será para todos, sino solo para los que quieran y puedan pagarlo. Es decir una pequeña parte de la población. Luego vendrán todos los conflictos éticos y morales. Quizá el derecho a la vida se extienda al derecho a la inmortalidad, ¿quién sabe? Las posibilidades se van extendiendo más y más. Nuestra sensación del tiempo cambiará también (de hecho ya es muy diferente a hace un par de siglos o más) Las generaciones ven la vida como una posibilidad realista de 80 vueltas al sol. Nos es dificil de entender que cuando el humano aprendió la agricultura con suerte llegaba a los 25 años. En la Roma gloriosa la esperanza de vida era de 30 años  y hace poco más de 100 años era entre 45 a 50 años. Por lo que esto de acordarnos de los años 70, 80, 90 como recuerdos recientes y vivos como especie es muy nuevo.

Los avances tecnológicos y la medicina nos han llevado a un nuevo contexto con nuevos problemas. El más grave es seguramente el calentamiento global y la dilapidación de recursos que llevamos a cabo por insistir en un modelo capitalista que fija el progreso en el beneficio económico. Como especie nos enfrentamos a nuevas enfermedades causadas por este mismo desarrollo. El cáncer, la diabetes, nuevos virus, la resistencia de las bacterias a los antibióticos, entre las principales amenazas. Sin embargo para todos estos problemas la medicina y la tecnología parece estar en la vía correcta (por más que tarde aún algunas generaciones) en conseguir el éxito. Finalmente al ya tener la capacidad tecnológica y técnica de poder manipular genéticamente a un ser humano con la tecnología CRISPR, nos aseguran que tarde o temprano seremos capaces de evitar la muerte de una u otra forma. Y todo esto hoy más que nunca tiene menos de ficción y más de ciencia y probabilidad.

Tolkien y sus predicciones

EL MAR por Ted Nasmith

Tenía diecinueve años cuando leí el Hobbit, todavía recuerdo el sabor de devorar un libro tan estimulante que me devolvía a la esencia de la imaginación primigenia de mi niñez y al mismo tiempo una lógica y posibilidades de un universo en expansión en cada capítulo que avanzaba. 

Pero quizá el fervor de lectura con conecciones, posibilidades imaginación que roza mi cotidiano al punto de casi escuchar a alguien del libro tocando mi puerta (como en el cuento Continuidad de los parques de Cortázar) lo sentí con el libro de Tolkien que menos habla de la Tierra media: La caída de Númenor”. En la primera parte “Los papeles del Notion Club” (que quizá amerita todo un artículo para exponer su teoría) justifica la invención literaria a partir de los sueños lúcidos y habla de la posibilidad de viajar al pasado o al futuro siguiendo una técnica bastante estricta. Una de las formas de probar esto es cuando Tolkien hace la predicción de una gran tempestad en Gran Bretaña para el año 1987 (recordemos que Tolkien murió en 1973), predicción que se cumplió con apenas unos meses de variación, él dio una fecha en junio de 1987 y la Gran Tempestad en nuestra historia real se produción en octubre del mismo año (fue la más grande tormenta que se registró en Inglaterra hasta esa fecha). Con esa misma metodología “Los papeles del Notion Club” hablan de la posibilidad de visitar el pasado de manera coherente y cercana a la realidad. La ficción en todos esos casos es la decoración para un mensaje mucho más transparente, parecido a la realidad. Así mismo Tolkien creó sus lenguas élficas Quenya y Sindarin, explorando posibilidades ciertas del origen del Anglosajón y no inventándose un idioma como tal; sino estudiando a fondo y creando formas estéticas posibles e idílicas de ese idioma.

El Quenya y el Sindarin son los idiomas élficos por antonomasia. Y los Elfos, de alguna forma, según Tolkien, son los ancestros de los humanos. De hecho Eärendil(el célebre personaje que capturó el Silmaril en la epopeya El Silmarillion) ​​tuvo dos hijos, Elrond y Elros; el primero decidió ser Elfo, el segundo humano. Elros fue a toda regla el primer númenóreano (habitante de la Atlántida según los papeles del Notion Club). 

Los hombres serán Elfos

Y acá estamos, terminando 2020, con tecnología CRISPR ya disponible y con un sinfín de problemas éticos que afrontaremos y seguro sobrepasaremos en los siguientes años. Y acá una idea que pensé hoy mientras escuchaba la emisión de un programa sobre el Método Científico en Radio France Culture. Llegará el momento cuando habremos sobrepasado todos nuestros miedos. Entonces sabremos que podemos vivir indefinidamente y, como a los Elfos de Tolkien, tendremos que ser nosotros mismos quienes nos cansemos del futuro infinito, de la historia de la tierra, de estar vivos y deseemos descansar y abandonar estas tierras. Y ahí asumiremos al fin nuestra muerte como el último privilegio por elección. En este punto yo no puedo encontrar otra cosa que belleza y maravilla de lo que predijo Tolkien, de enfrentarnos de una manera muy carnal a una ineludible elección de partir, una elección que ya no tendrá la excusa de ninguna enfermedad, solo el deseo de ya no ser, o ser otra cosa, fundir nuestra conciencia

Esa es la frontera que nos llevará hacia eso que Tolkien llama el Camino Recto, el final elegido, el lugar en el que el horizonte en el mar deja de curvarse y abandonamos esta dimensión. Navegamos directamente hacia Valinor, aquel lugar que existe fuera del tiempo y el espacio, solo en la mente de Ilúvatar.

RUEDITAS AZULES

Me ataca un recuerdo feroz. Mi padre me ha comprado al fin el par de pequeñas ruedas para que pueda aprender a montar la bicicleta. Son dos rueditas que se ajustan a cada lado de la rueda trasera de la bicicleta que deja de ser bi, para convertirse en caudricicleta. Me ataca ahora, 36 años después, el recuerdo. Me ataca sin compasión el nuevo de esos pedales relucientes. Yo voy a probarla una vez que está bien ajustado. La bicicleta es una bMX con los manubrios azules, y protectores de esponja también azules. El asiento es una cara de águila amarilla. Los recuerdos de la infancia son tan fuertes, tan nítidos. Me subo, siento que estoy en una especie de trono, se siente bien, como en control de algo, como que siento que en cuanto me he subido a la silla y he comenzado a pedalear ,he crecido o madurado unos años en apenas un instante, me siento feliz.

Me costaría mucho dejar las ruedas azules, casi un año creo. Las dejaré en una visita a una plazuela grande en la que mi padre irá empujando y sosteniéndome, y yo con miedo de caerme sin las ruedas azules ya quitadas, yo que creo que no lo voy a lograr, que me voy a caer y no me caigo y no me caigo, he aprendido a tener equilibrio en la bicicleta.

Diez años después en esa plazuela, rodeado de todo mi curso, declararé mis intenciones de ser novio de una niña por primera vez en mi vida. Ella no me dirá que sí. Todavía no he aprendido a tener equilibrio frente a la chica que me gusta y no sé si lo lograré.